Ximena Peredo / La rebelión de las aficiones

AutorXimena Peredo

Como lo es la escuela, el trabajo o la familia, el futbol es una plataforma de educación, un espacio de aprendizaje permanente.

No sólo me refiero a la práctica del deporte, sino al espectáculo. Este último es como una telesecundaria gigante con sus dramas, situaciones de riesgo, derrotas y victorias, todo lo cual remite bastante al vivir, o al deseo de vivir.

El fin de semana pasado se vivió algo histórico en el espectáculo del balompié nacional.

El paro de los árbitros como presión para obligar a los directivos de la Liga MX a que aplicaran un castigo ejemplar por la agresión que dos árbitros sufrieron por parte de un par de jugadores fue, en sí mismo, un episodio de la vida política de este País.

Podría sonar a guasa, pero lo pienso en serio. Lo que observamos fue una rebelión que provocará más.

Fue una insubordinación de empleados, pero también una protesta de las (¿antiguas?) autoridades, desplazadas por grupos de poder.

Este caso nos reveló algo que había permanecido más o menos oculto, soterrado en el falso silencio de lo que todos saben sin que nadie se atreva a manifestar.

Quedaron expuestas las reglas, la estructura y las luchas de intereses al interior de la poderosa industria del futbol. Pero, sobre todo, quedó expuesto el dominio del dinero.

En los últimos 40 años, en el futbol ha venido sucediendo una transformación mayor. Desde la forma en cómo se juega -la técnica arrasa con la improvisación y la bohemia- hasta la experiencia de consumirlo, todo cambió. En esto ni los jugadores ni el cuerpo técnico, ni mucho menos la afición, fueron tomados en cuenta.

El futbol profesional se volvió un gigantesco dispositivo comercial que las marcas rentan -o compran- para exhibir su poder, lo cual la televisoras aprovechan para vender todavía más publicidad.

De esta forma, los clubes están dispuestos a pagar, por ejemplo, 800 mil pesos a la quincena a un jugador-producto, cuyo valor inflan para beneficiarse.

Los jugadores son tratados como barajitas que se compran o intercambian, y muchos de ellos, por su parte, se han convertido en la encarnación de la pedantería.

Aquel futbol que se sentía tan propio como el del barrio quedó reservado a la nostalgia.

Todo esto se ha venido aceptando como un proceso "natural", necesario incluso, pero...

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