Ximena Peredo / De cubetazos helados

AutorXimena Peredo

¿Estaría usted dispuesto a cometer un acto ilegal mientras a nadie haga daño?, preguntó la Coparmex al pueblo regiomontano en una encuesta reciente.

Los resultados fueron recibidos como "cubetazo de agua fría" por Alberto Fernández, presidente del organismo, ya que el 33 por ciento de los participantes aceptó que, en ese supuesto, desobedecería la ley.

"Un acto ilegal siempre hace daño, ya que, cuando menos, demerita la integridad de la persona que lo comete", señaló Fernández en rueda de prensa, pero yo tengo mis dudas.

No hace mucho hubiera aplaudido un discurso sobre la grandeza moral de quien obedece incondicionalmente a la ley, pero a últimas fechas he comenzado a preguntarme a cuántas personas nos afecta que otros "cumplan la ley".

Es decir, resulta peligroso creer sin reflexión, casi como dogma de fe, que la ley es autoridad incorruptible, pues, como queda claro, el desastre político, los fraudes electorales, la impostura de la representación, los ecocidios y un largo etcétera se han fraguado precisamente al amparo de la ley.

El tema da para mucha reflexión. Por un lado nos invita a preguntarnos qué es la ley, desde cuándo la obedecemos y cómo fue que se coló en el discurso que su naturaleza era pura, noble e infalible (casi como una diosa).

Por el otro lado, nos viene bien discutir cómo decidimos someternos a un contrato social. No es ocioso preguntarse esto, de lo contrario, sólo estaríamos cambiando prótesis a un sistema que, paradójicamente, funciona a base de corrupción e impunidad.

Es mucho más fácil observar el pasado críticamente que el presente. Por eso no nos cuesta trabajo ridiculizar ciertas ideas, como, por ejemplo, el sustento monárquico que supone que es el mismo Dios quien elige al rey como autoridad y por lo tanto su poder es incuestionable. Cuando esta idea se volvió inverosímil las ideas republicanas plantearon un nuevo tablero y nuevas fichas. Muchas cosas mejoraron, otras empeoraron, pero quizá las más permanecieron idénticas aunque con distinto nombre.

El contrato, el uso de las firmas, la figura de un juez y de un legislador sustituyeron la chirriante frase "por voluntad divina" y con esto casi todos quedaron conformes. El problema ha venido apareciendo como cubetazo de agua helada escalonado. Existe un riesgo, que a nadie le gusta ver, de que la "ley" sea tan arbitraria como caprichoso...

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