Ximena Peredo / Celebrar la insurgencia

AutorXimena Peredo

Escribo desde la convulsa Ciudad de México, en donde cada seis metros hay un recordatorio del insuperado centralismo. En ningún otro lado me había sentido tan hostigada por la fiesta esquizofrénica del Bicentenario. Las frenéticas cucharadas de patriotismo oficial saben a engaño y a robo. ¿Qué pasó, mexicanos, por qué no cantan "Cielito Lindo"? ¿No quieren a su País?

Porfirio Díaz cometió el mismo error que está cometiendo el Gobierno federal, y aunque obviamente no podemos atribuir a esto el levantamiento de la Revolución, sí podríamos aceptar que la inmoralidad de la fiesta hizo estallar el fastidio docilizado del pueblo en una insurrección, cuyos efectos aún seguimos estudiando.

Porque, caramba, ¿no pudimos celebrar, digamos, construyendo hospitales, bibliotecas públicas, escuelas? ¿No hubiera sido mejor ahorrarnos algún monumento para crear un fondo de becas?

No estoy por la labor de negar la fiesta, ni de subrayar la frase "nada que celebrar", con la que muchos rechazan la patosa seducción gubernamental. Por el contrario, creo que tenemos motivos para festejarnos mexicanos, pero que estas razones escapan por completo al hipócrita discurso de quien, por un lado, ensalza el orgullo del águila real, pero por el otro se roba nuestro futuro.

Francamente escuchar mensajes patrióticos de los líderes de los partidos políticos, por ejemplo, o de Elba Esther Gordillo, es para caer sobre nuestras rodillas a jalarnos los pelos.

En estos 200 años pasados hay muchas historias, entre tantas la oficial, pero ésa no es la más hermosa. Podemos escoger de entre tantas versiones la que más nos llene de orgullo. Para mí, las crónicas de luchas inspiradas por la libertad y la dignidad son las que renuevan mi orgullo nacional.

Nuestro territorio está marcado por insurgentes, defensores de derechos humanos que no se resignan a la impunidad. Hoy, la protesta se criminaliza no sólo por el Estado, sino por quienes gozan de privilegios, pero ella -la insurgencia-es la madre de este País.

Éste es también un buen pretexto para reflexionar sobre las amistades cívicas. Esos amores que se expanden y se derraman a la comunidad. Nuestra historia está marcada por estas sanas complicidades entre hombres y mujeres cuya comunión los comprometió...

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