Waiheke, para sibaritas

AutorRogelio Elizalde

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La llegada a Waiheke es simplemente hermosa. Viniendo de Auckland, hay que hacerlo por hidroavión, helicóptero o ferry; tres medios de gran utilidad para apreciar la accidentada orografía del archipiélago.

Ante la indecisión, el grupo se decanta por la ida en hidroavión y el regreso en ferry.

Apenas caben cinco viajeros en la pequeña aeronave. El despegue es semejante al de un avión regular, pero ya en el aire los movimientos son más pronunciados que en un gran jet, con la ventaja de que esto permite apreciar desde todo ángulo la isla volcánica de Rangitoto, de un verdor absoluto y sin ríos que pasen por ella, y Motutapu, que aunque es una isla aparte, una erupción creó una especie de puente entre ésta y Rangitoto, hace 700 años.

Es Rupert, el piloto neozelandés tan docto en el manejo de la avioneta acuática como en la historia de su país, quien brinda la información. Su padre es inglés y su madre maorí, la etnia polinesia que pobló estas islas volcánicas desde 1250 d.C.

Muchos kiwis (como se les conoce a los neozelandeses) tienen herencia maorí al menos de un ancestro lejano. Este hecho lo destacan las campañas gubernamentales, muchas de ellas con frases en idioma maorí, incluso las autoridades aduanales reciben a los visitantes diciéndoles Kia ora, un saludo tradicional.

Es común que los kiwis saquen a la plática, con orgullo, su pasado maorí, población que no alcanzó un alto grado de sofisticación tecnológica pero que sí destacó por tener tener buenos navegantes y astrónomos, de acuerdo con Rupert. El piloto realiza su narración por radio, los pasajeros escuchan a través de los audífonos que les dieron para mitigar el ruido del motor.

Debido a erupciones volcánicas, las islas más antiguas de Nueva Zelanda se formaron desde hace 2 millones de años y las más jóvenes, desde hace medio millón; razón por la que todas tienen un amplio rango de edades geológicas y diversas cualidades de la tierra para sembrar.

En Waiheke, la tierra es dócil con la vid y el olivo, adelanta Rupert.

El acuatizaje es tan suave que más de uno no nota que el aparato ya está esquiando sobre el agua. Rupert explica bromeando que es su habilidad como aviador la que consigue esta sensación, y no el hecho de que sea en agua la llegada.

Para bajar del avión hay que quitarse los zapatos y caminar un tramo en el mar, hasta la playa. Una de las viajeras duda, así que Rupert decide cargarla y llevarla hasta la arena.

"Con cada expedición descubro más estas islas, no...

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