Viven magia de los Reyes

AutorDaniel de la Fuente

Hace mucho calor y el Padre Roberto Infante se pasea intranquilo por el espacio que sirve como comedor a los adultos. Celular en mano, ataviado de sotana blanca y sombrero negro, recorre por entero el salón que lento se va llenando de cosas en este Día de Reyes.

De pronto, da media vuelta el párroco de la Iglesia Santa María Goretti en sus constantes ires y venires. Lanza la indicación con voz enérgica y rompe el murmullo que crece en las calles aledañas de la Colonia Garza Nieto.

"¡Ya, déjenlos pasar!", exclama.

De 15 en 15, los chiquillos comienzan a pasar por sus obsequios: galletas, juguetes, muñecos, naranjas, cacahuates, pelotas, refresco, tamales y tortas. Cientos de veces las mismas manos de los colaboradores del Padre Infante habrán de meter los regalos en unas bolsas de mediano tamaño. Y cientos de veces verán miradas infantiles de gratitud.

"Uh, me hubiera traído un costal", dice travieso un niño de cabellos escurridos y brillosos como el petróleo. "¿Se puede repetir?".

"¡Noombre, qué repetir ni qué narices, órale, sigue la fila, órale!", le grita frenética la encargada del orden mientras lo mueve por su espalda. "¡Cúchala, cúchala!".

Los chiquillos ríen porque saben que ahí se les quiere, que no se los reprende de mala gana. La gente que acompaña al Padre Infante en la difícil y amorosa tarea de la caridad lleva la pasión de la bondad en cada acto. Es en ese momento cuando se saben buenos.

"¿Qué está haciendo ahí toda esa gente atorada en la salida?", grita el Padre a la gente que se agolpa en la puerta. "¡Vámonos de ahí, vámonos! ¡Ya les dieron, ya se van!".

Pero, la gente es reacia y siempre quiere más de lo que tiene. Como son los chiquillos los que pasan primero, a la vuelta de la iglesia las madres les ponen otra camiseta o un suéter, y conminan al chiquillo a volver al reparto. Así hasta tres veces.

"Por eso nunca acaban", dicen los viejos, quienes esperan del otro lado de la vía férrea, pegados a los cristales del salón. "Nosotros aquí estamos esperando a ver qué nos dan, pero los niños se están regresando. ¿Así cuándo?".

Y, sin embargo, en esta ocasión poco hubo para los adultos, nada de lo extraordinario que hubo en otros años: cobertores, cabrito, carne asada, ropa y hasta cerveza. En esta ocasión, sólo figuraban algunas cajas de ropa y zapatos.

"La gente no se portó bien esta vez", señala Rosalío, el fotógrafo de siempre en esas fechas. "Ha habido años en que las calles están repletas de gente, porque habían visto los...

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