De Vino y Momentos / Historia de una botella

AutorDante Ferrero

La encontré en su hogar, su bodega, un establecimiento rodeado de paisajes idílicos, ubicado en las laderas cercanas a Verona.

Fue un domingo; el silencio rodeaba las barricas y los pasillos, y la calma dejaba "dormir" al vino. Yo esperaba ansioso conocer al dueño del lugar, quien había ido especialmente para recibirnos.

Al ver la grandeza de la bodega, uno podría pensar que se encontraría con un gran empresario, pero nada más lejano a eso. De entre los tanques aparece don Guido -como le dicen sus amigos-, un hombre grande, sencillo, podría decirse que hasta tímido, quien nos recibe con una gran sonrisa y con quien empiezo a platicar ansiosamente con mi precario italiano.

Nos lleva por todas partes, mostrándonos la gran capacidad y modernidad de la bodega, pero también enseñándonos sus rincones antiguos con sus toneles italianos típicos, mucho más grandes que una barrica.

Luego pasamos a una mesa, sin protocolo ni fanfarrias, donde somos nosotros, sus vinos y él, la relación más íntima y cercana que se puede tener con este producto que elaboran desde 1906.

Hablamos de su historia, de sus vinos; me los muestra con pasión y sonríe cada vez que expreso alegría al tomarlos.

Entre otras cosas, lo invito a México, le digo que debe venir a contarnos sobre el vino italiano, sobre su vino, y aquel hombre fornido y amable sólo me responde que él no viaja en avión. Lo entiendo, es una persona de la tierra, de hermosas laderas y de vides antiguas.

Busco una botella, quiero traerla conmigo. En realidad quiero varias, pero sé que no puedo, así que elijo y luego de todos estos momentos, que son tan especiales para mí, nos despedimos.

Aquel vino empieza su viaje conmigo, descansando en una maleta que es especial para su traslado, una maleta que viajó hasta Italia llena de vinos mexicanos para mostrarlos -orgullosamente- a más gente y que regresaría llena de vinos de aquellas latitudes para compartirlos aquí con amigos y familia.

Y esa botella, en aquella maleta, recorrería dos países más y varias ciudades antes de llegar aquí, a mi tierra.

Luego, sus uvas corvina y merlot reposarían aún más en mi pequeña cava hasta buscar un momento para regalarme su sabor delicado, afrutado.

Pasó el tiempo, y casi un año más tarde la botella vio la luz para viajar una vez más. Esta vez la llevaría cuidadosamente en carro y rumbo a San Miguel de Allende.

Aquel vino nacido en las bellas laderas del norte de Italia regalaría todo de sí en uno de los lugares más hermosos y...

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