Víctor Kerber/ Los riesgos de la foximanía

AutorVíctor Kerber

Llegó Fox a Sudamérica y -a juzgar por las crónicas más imparciales- logró cautivar a argentinos, chilenos, uruguayos, y hasta a los brasileños, tradicionalmente suspicaces de los movimientos diplomáticos de México. El diario Página/12 de Buenos Aires lo consideró "estrella rutilante de la política internacional".

Va luego a Canadá y la foximanía se desata. Su figura alta, robusta, de aspecto franco y voz grave, conquista incluso a los líderes de oposición de ese país. Bill Clinton se declara impresionado y el Washington Post lo considera "un héroe" en su región.

Incluso Madeleine Albright, Janet Reno y Delal Baer (especialista ésta en temas de México del Center for Strategic and International Studies) sucumben ante su encanto. Baer ha escrito en su columna para Los Angeles Times: "Fox es un hombre con grandes ideas, grandes sueños y gran corazón".

El ascenso de este líder en particular, desde su gestación, seguramente ofrece material de análisis para sociólogos y psicólogos sociales. Fuera pasiones, el caso de Fox es en efecto un caso especial. Reconocerlo así les valió la salida de la revista Proceso a dos de sus reporteros más distinguidos: Francisco Ortiz Pinchetti y Francisco Ortiz Pardo.

Pero no estamos para apologetizar sino para advertir sobre peligros, y uno de los peligros de insuflar tanto a un líder es que puede perder piso, puede caer en la creencia de que el mundo está en sus manos.

Al respecto, baste recordar cómo a Luis Echeverría se le subieron tanto los humos de que era un adalid del Tercer Mundo, que acabó creyendo -ingenuamente- que hasta podía convertirse en Secretario General de la ONU, o más aún, en Premio Nobel de la Paz. Acabó Don Luis administrando un centrito de estudios del Tercer Mundo que a la sazón desapareció, y hoy no influye ni en sus nietos, como él mismo admite.

¿Y qué le pasó a José López Portillo? Tanto le dijeron que era guapo, bueno para la oratoria y amo y señor de un país rico -por su abundancia de petróleo- que acabó creyéndose Quetzalcóatl, el personaje mítico de una de sus obras. Hoy predica y se exculpa desde la columna -poco entendible, por cierto- de un periódico de la capital.

El caso más reciente ha sido el de Carlos Salinas. En parte inducida y en parte espontánea, la prensa nacional y mundial lo elogió hasta el punto de convertirlo en profeta del libre cambio. Quiso ser director de la Organización Mundial del Comercio y acabó en el exilio.

El riesgo es pues que pudiéramos estar fabricando...

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