Víctor Kerber/ Ahora sí: RIP

AutorVíctor Kerber

Vaticino no el declive sino la desaparición de dos órganos políticos: el PRI y el PRD. Y no es que yo quiera que desparezcan del mapa político electoral de México, es que van a desaparecer, es irremediable a la luz de los acontecimientos recientes. En el mejor de los casos se van a fundir y confundir, pero ya no existirán como lo que son ahora pese a los esfuerzos de sus militantes por mantenerlos vivos.

Empecemos con el PRI.

Este nunca fue un partido político, si por tal se entiende un órgano que agrupa a ciudadanos en torno a un programa común con la finalidad de acceder al poder. El PRI, de hecho, nunca se planteó como meta acceder al poder porque nació en el poder, con la finalidad de mantenerlo a toda costa.

Se formó a partir de un pacto entre caudillos y caciques triunfantes en la Revolución Mexicana que optaron por dirimir sus controversias en el seno de una organización política. Vivía de hacernos creer que los ideales de la revolución estaban vivos (justicia social, igualdad económica, sufragio efectivo y no reelección) y se autoproclamaba como el garante único e indiscutible de la constitucionalidad.

Don Daniel Cosío Villegas, quien conocía muy bien los intríngulis del sistema político mexicano, señalaba que la existencia del PRI era consubstancial a la existencia de una presidencia omnipotente; es decir, que presidente y partido eran una unidad dual, basada en el mismo tipo de fe ciega y de secrecía palaciega que alimenta a la mayoría de las iglesias.

El PRI, por lo tanto, no era un partido; hace mucho tiempo que dejó de ser revolucionario, y hasta hace unos cuantos días -por decisión mayoritaria de los mexicanos- era institucional, pero ya no. Ha perdido pues su esencia nominal, pero lo peor para los priístas es que la unidad dual (presidente-partido) que durante décadas fue artículo de fe, también se disolvió, y esto se debió -justo es reconocerlo- a la voluntad del Presidente Ernesto Zedillo.

El gran valor histórico de Ernesto Zedillo consiste precisamente en haber disuelto la unidad. Lo advirtió al inicio de su mandato cuando prometió guardar sana distancia y respetar la democracia, pero no le creímos, los priístas, por supuesto, menos que nadie, dado que parte del lenguaje cifrado que había generado el presidencialismo incluía este tipo de amagos.

Pero no, Zedillo enfrentó la derrota del 2 de julio con realismo y gallardía, de ahí que los priístas lo consideren ahora un traidor, un anti-priísta, un tecnócrata incrustado en...

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