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El último chance de la izquierda

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Vincent
AutorRoberto Zamarripa

MÉXICO.- El tumulto empuja. Camina solo. Asfixia. Ancianas con sombrillas, sus nietos tomados de la otra mano, estudiantes, empleados de corbata, trabajadores del Seguro Social con playeras amarillas. "Qué tanto lo querré que ando en esto", dice sofocada una mujer de rojo con la chancla de fuera, aprisionada por una anciana, un señor gordo con la camisa ya desabotonada, un muchacho de playera negra y una señora que grita: "¡déjenme pasar que tengo que ir a trabajar!".

Esos y centenas más, apachurrados entre la cortina de una joyería y las rejas de medio metro que pusieron los organizadores del mitin perredista. Unos van otros vienen. Unos empujan, otros resisten, unos gritan, otros enmudecen. Nadie se rinde.

El río amarillo desborda por Madero, 20 de Noviembre, 5 de Mayo, pega en la Corte, llega hasta Brasil y fluye hasta Eje Central.

El tumulto arrastra, grita, festeja. Anda creído aunque no arrogante. En la plancha del Zócalo, ya llena para las cuatro y media de la tarde, no parece caber nadie. Pero la corriente fluye y aprieta. Quieren cumplir algo que parece imposible, llegar al Zócalo. Son muchos incrédulos de que este hombre llevará al desastre al país; demasiados, para amar el peligro. Está por verse si son suficientes para hacerlo Presidente.

Es la quinta comparecencia de Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo en 14 meses. Cada 90 días viene a esta plaza.

Ayer llegó antes de las 18 horas, vestido de negro y blanco, con su corbata amarilla, en medio de un carril vacío entre los asistentes que lo veneran. Apenas divisan su cabeza ceniza y se levanta el murmullo y luego un escándalo entre aplausos y gritería, parte de ese extraño imán de un líder que han enaltecido más por la persecución terca y el lodo que le arrojan que por el debate de sus ideas.

Ahora sube a un templete. López Obrador alza los brazos como boxeador triunfante. Mira la plaza llena, a esa masa amarilla, que mezcla al viejo priismo, a los pedazos de...

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