Trazos de libertad

AutorDaniel de la Fuente

Entre los paisajes con crepúsculo o sin él, árboles y frutos, mujeres con flores o desnudas, con vendas en la cara o manantiales que se exhiben en la amplia casona de la Galería Regia, destaca una imagen que evoca el viaje harto en inocencia: un tiovivo.

El juego, sobre nubes, sostiene caballos de colores montados por ángeles niños. A la izquierda, un ángel toca una trompeta; a la derecha, otro sujeta una varita mágica. Y aunque parece trazado por manos infantiles, paradójicamente el cuadro fue plasmado por el pincel de una vida trágica.

Su autora es Sara Ramírez Cano, una de las 11 internas del Penal del Topo Chico que exhiben sus obras en la galería del Barrio Antiguo, producto de un taller de creación. Su historia personal es estrujante, tanto, que ocupó por años las páginas de seguridad pública y fue calificada por reporteros como "el crimen perfecto".

Tras cinco años de indagaciones y de desechar coartadas, Sara fue sentenciada a 37 años de prisión por el delito de asesinar a golpes en 1998 a su hija, de entre 3 y 4 años, y sepultarla en una maleta que cubrió con concreto y dejó en la sala de su casa como mesa para televisor.

La osamenta fue hallada tres años después por un par de jóvenes. El juez Herlindo Mendoza consideró entonces a la mujer, que hoy tiene 42 años, como responsable del homicidio y la tipificó como una persona con alto grado de peligrosidad.

"De mi caso ni me pregunte, para eso está mi abogado", expresa la celayense en medio del silencio de sus compañeras, sin perder la sonrisa, de ojos chispeantes y voz dulce, casi infantil, que se caracteriza por ser dicharachera y juguetona.

Aunque Sandra Serrano, maestra e iniciadora del grupo, le dijo a Sara que no se metiera aún con los cuerpos, trabajó unas ardillas que merodean un tronco talado sobre un montículo de hierbas y flores. Los roedores están, no así su luz vital.

Luego, Sara se propuso llevar al lienzo a un hombre que rema una barca rumbo a un puerto, en un crepúsculo intenso.

"Me acercaba a los grupos de chicas, pero estaba tan ocupada en mi proceso (penal), que no me daba tiempo para participar", explica la mujer que laboró por 20 años en el Seguro Social y ha destacado por cursar decenas de talleres, desde manualidades hasta computación.

"Siempre decía: 'no, después, después', hasta que llegó la maestra Sandra (Serrano). Ella me enseñó desde abajo, yo no sabía dibujar, pero ella me ayudó a empezar con lápiz, poco a poquito.

"Así, fui abandonando el miedo".

Sin temor al color

Quinta de siete hermanos, Maricela Olvera Castillo afirma que la pintura permite "echar fuera los demonios".

"Antes era muy enojona, pero me empecé a juntar con las muchachas y hoy he cambiado", comenta la potosina, hija de un intérprete de música norteña del que heredó una sentida voz.

"Ahora pienso más en cosas bonitas: me encanta el cuerpo humano. También me gusta el agua, la tarde. Vengo de un lugar que tiene un río".

Acusada de violencia familiar, de los cuadros de Maricela destaca uno donde una sirena tiene sujeto por el cuello a un animal mitológico, quizá la ira, mientras de un par de cascarones salen bebés recién nacidos.

Como Maricela, el resto de las chicas enfrentó sus miedos para plasmar los primeros trazos. Es el caso de Sara: un día tomó el lápiz y trazó...

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