Tras la pista del 'Hannibal' regio

AutorDaniel de la Fuente

Monterrey podría haber pasado una canícula más sin novedad de no ser porque el pasado 27 de julio el diario inglés The Times publicó un adelanto de la introducción que Thomas Harris escribió para la reedición de El Silencio de los Inocentes (The Silence of the Lambs), que cumple 25 años.

Harris dio a conocer que la idea para crear al psiquiatra Hannibal Lecter nació de su encuentro en el penal Topo Chico de Monterrey con un hombre a quien llama "Dr. Salazar". Harris tenía 23 años y vino a entrevistar a Dykes Askew Simmons, un estadounidense sentenciado a muerte por asesinar a tres hermanos sobre la Carretera a Laredo.

Simmons, quien sería exonerado tiempo después, era un perturbado que intentó escapar varias veces del Topo Chico, pero al salir herido en una de ellas fue auxiliado por el médico de la prisión, que también era interno.

"Ahí conocí al 'Doctor Salazar'", cuenta Harris sobre el suceso, de 1963, en el que le llamaron la atención la apariencia refinada y tono en las preguntas del médico. Tras la revelación, el cotejo no fue difícil: el "Dr. Salazar" era el entonces pasante de medicina Alfredo Ballí Treviño, quien el 8 de octubre de 1959 asesinó en su consultorio de la Colonia Talleres a Jesús Castillo Rangel.

Ballí, de 28 años, aplicó pentotal sódico al joven, de 20; lo desangró, descuartizó y sepultó en Guadalupe. El médico fue descubierto y sentenciado a muerte, el último en la historia de México, pero la pena se conmutó por 20 años de cárcel.

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De acuerdo al reporte policiaco, el crimen de Ballí habría sucedido entre las 12:00 y las 14:00 horas del jueves 8 de octubre de 1959. Tras una discusión, el pasante de medicina aplicó la droga a Jesús con un trapo (a la manera de como Lecter lo hace en el filme Hannibal) y después le inyectó más.

Ya inconsciente, lo llevó a un baño contiguo a su consultorio de la Colonia Talleres, un inmueble de un solo piso que hoy luce rejas y, bajo la regadera del cuarto que fue tapiado, desangró a la víctima cortándole con un bisturí la cabeza. Después de lavar el cuerpo, lo llevó a una camilla en la que seccionó el resto en siete partes; envolvió los trozos en una lona, metió el bulto en una caja de cartón y la puso en la cajuela de su Chevrolet 1958.

El pasante llegó a la Colonia Buenos Aires, donde ya lo esperaba el dulcero Francisco Carrero Villarreal, un trabajador ocasional, quien presuntamente sin saber el contenido de la caja la reubicó en su auto. Se dirigieron al Rancho La Noria, cercano...

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