Transforman niños casas de migrantes

AutorDaniel de la Fuente

Iveth Jaqueline Quintanilla Morales tiene 12 años, pero de alguna manera es la "maestra" que apoya en Casanicolás a los más pequeños para que aprendan las tablas de multiplicar, a sumar y restar.

"Soy buena para las matemáticas, entonces no se me dificulta enseñarles, muchos no saben leer ni escribir", comenta.

"También les hablo de ciencias sociales, les cuento de los próceres de mi país, de la flora y fauna, y los que vienen de otros países cuentan qué tienen ellos", sonríe.

Iveth perdió a su madre por cáncer en su natal Honduras, por lo que, sin nada que las atara, ella y sus hermanos, una de ellas mayor de edad y con dos hijos, abandonaron su tierra.

La travesía no fue fácil, cuenta la niña: llegaron a la frontera cansados, lastimados de sus pies, y luego debieron huir de la policía de Tapachula.

"Hubo hasta muertos", dice. Ella y su familia lograron abordar un autobús que los trasladó a la Ciudad de México y, de ahí, a Monterrey.

Iveth es una de los 60 niños que, acompañados por familiares, se encuentran en este albergue para migrantes fundado en Guadalupe por el sacerdote Luis Eduardo Villarreal hace más de una década. En total son cerca de 140 personas.

EL NORTE ha publicado que, en comparación con el año anterior, el arribo de migrantes, casi todos centroamericanos, se disparó hasta un 70 por ciento, y buena parte se hace acompañar por niños en la creencia de que así lograrán un rápido asilo en Estados Unidos.

Esto, combinado con una reforma reciente del Gobierno federal que impide que niños solos o con familias sean llevados a instalaciones del Instituto Nacional de Migración, creó la tormenta perfecta: la mayoría de los migrantes y menores que son ubicados o rescatados tras ser abandonados por "coyotes" son trasladados por el DIF estatal a albergues como el de la Colonia Fabriles o los de los hospitales Metropolitano y Universitario.

'SON NIÑOS CON SUEÑOS'

Aunque Casanicolás está al límite, el Padre Luis Eduardo ve diferente estos días difíciles.

"Tantos niños han cambiado completamente la vida del albergue, lo iluminan con sus juegos y risas", comenta el sacerdote.

Esto se comprueba cualquier día: El jardín de la casa, usualmente ocupado por varones, ahora luce como un patio escolar en que los chiquillos, cuyas edades van de los 5 a los 12 años, aletean divertidos.

Algunas mujeres, entusiastas, les organizan juegos, por ejemplo, recorrer las instalaciones uno tras otro como si formaran un tren.

Otros niños están en las casas...

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