Todo un festín

AutorPatricia Miranda

ENVIADA

MADRID, España.- Duerme poco, casi nada. Y quién sabe cómo lo logra, pero lejos de lucir ojerosa cada día se despierta más vivaracha y, hay que decirlo, tremendamente guapa.

Es Madrid, la capital de España, que con sus rascacielos y recintos feriales atrae pujantes negocios y con su perfil más añejo imanta tanto a primerizos como a quienes la siguen prefiriendo como puerta de entrada o salida en su viaje a Europa.

Para disfrutarla hay que andar a buen ritmo, como los madrileños, por esas calles que conducen a barrios que esconden plazas que cobijan terrazas que sirven festines que se quedan en el alma.

Madrid es un festín literario. Los parroquianos, quienes acodados sobre barras leen diarios o novelas; las librerías, contemporáneas y de viejo; así como las citas de grandes literatos tatuadas en la calle Huertas, del Barrio de las Letras, lo comprueban.

Es también un festín museístico. El del Prado, que apenas el año pasado celebró su bicentenario, el Thyssen Bornemisza y el Reina Sofía sacian con sus obras a quienes tienen sed de arte.

Pero, sobre todo, Madrid es un festín culinario. A la gastronomía se le rinde culto en restaurantes de autor, en longevas tascas (tabernas), en mercados y Casas de comidas que sirven cocidos, callos y otros guisos que respetan la receta de la abuela.

Aquí está prohibido estar a dieta. Porque de comer hay mucho y de beber muy bueno.

Ir de tapas, ir de vinos, ir de cañas, "bien tiradas", no pasa de moda; como tampoco tomarse un vermut de grifo e ir de compras a esas farmacias, boticas, droguerías, perfumerías, alpargaterías, dulcerías y panaderías de toda la vida que, pese a los grandes almacenes y lujosas firmas, siguen maravillando a la clientela.

Ir y venir es la constante. Ya sea por la Plaza Mayor, con sus soportales; por Puerta del Sol, donde hay que quedar de verse con alguien o despedir una Noche

Vieja al menos una vez en la vida o por la dinámica Plaza de Callao.

Que nadie se vaya sin vivir el ajetreo de la Gran Vía que va de la calle de Alcalá a la Plaza de España, ahora con aceras más amplias y bancas para sentarse a ver pasar la vida.

Pocas ciudades cuentan con una arteria que lata con tanta fuerza... Sin importar la época del año, ni el clima ni la hora ni el día.

Al caminarla hay que ver sus escaparates, sí; pero obligatorio es mirar hacia lo alto de sus edificios...

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