Tierra de fuego y vida

AutorRodolfo G. Zubieta

ENVIADO

PATAGONIA, Chile.- Vivir aislados por cinco días sin Internet, televisión, teléfono o algún otro tipo de contacto con lo mundano no es tan difícil como suena. Desde que los pasajeros ponen un pie en el Crucero de Expedición Stella Australis, el equipaje de prejuicios, miedos y comodidades citadinas se tira por la borda para calzarse una mentalidad aventurera.

Hay que estar preparados para sentir vientos furiosos y bajas temperaturas, empamparse en la lluvia, enlodarse en las excursiones y sorprenderse con la fauna magallánica.

DÍA 1 - ZARPE DE PUNTA ARENAS

El viaje arranca en Punta Arenas, una pintoresca ciudad fundada en 1848, ubicada justo en paralelo al Estrecho de Magallanes y con una población amable, pero reservada, de 133 mil habitantes.

Antes de que el crucero zarpe, tomarse una foto en la proa del barco es obligado... eso si uno puede aguantar las ráfagas de viento gélido de hasta 100 kilómetros de hora, que secan los labios y dibujan escarcha en las mejillas.

Una vez a bordo, el Capitán Jaime Iturra y la tripulación dan la bienvenida, advierten las medidas de seguridad del navío y muestran las áreas comunes y el interior de los camarotes (un total de 100).

Una copa de champaña y una cena típica, de cordero magallánico y merluza austral, son suficientes para romper el hielo entre los 210 pasajeros, en su mayoría provenientes de Europa, Asia y Estados Unidos.

DÍA 2 - ENTRE PINGÜINOS Y MOHO

Nervioso y poco acostumbrado al vaivén del barco, hago algo fuera de lo común: me levanto a las seis de la madrugada para disfrutar la hermosa vista del Parque Nacional Alberto de Agostini desde la ventana, de piso a techo, de mi cabina.

El barco cruza por el seno Almirantazgo, un trayecto que nos lleva hasta la Bahía Ainsworth, primera parada de nuestra expedición, que destaca por su humedad.

Abrigados con ropa térmica, pantalón impermeable, botas y un chaleco salvavidas partimos en zodiacs hasta la playa más cercana.

El sendero húmedo y lodoso que nos conduce hasta las montañas se ilumina con colores provenientes de la flora austral: barba de viejo, chauras, dídimos y canelos.

Aproximadamente 10 kilómetros y hora y media después, volvemos al barco. Es necesario bañarse, sacudirse el barro y calentarse con el buffet en el Comedor Patagonia.

Y lo que sigue, una expedición a los Islotes Tuckers, promete un caramelo para el alma: convivir con pingüinos magallánicos, cormoranes, chimangos y gaviotas australes a centímetros de distancia.

¿Cómo...

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