El síndrome sin nombre

AutorLaura Pardo

Llegamos con el sol: ayer el cielo era totalmente gris. Lo sabemos porque es la frase que suelta Dolores para darnos la bienvenida en el aeropuerto de Pisa, uno de los puntos de conexión más importantes de la Región Toscana.

Ha elegido las palabras con cuidado para endulzarnos el día: no ignora que venimos buscándole a él, tan célebre, indisociable del paisaje que dentro de unos minutos se tatuará en alguna microscópica parte de nuestras pupilas; de las mías, al menos, aunque no sería raro que lo mismo le sucediera también a mi compañero de viaje y a cada uno de los millones de visitantes que invaden antiguas tierras etruscas cada año.

Si el mareo y las palpitaciones que provoca la belleza de Florencia ya sirven para diagnosticar el síndrome Sten- dhal, muy justo parecería indagar sobre los extraños efectos que provoca en los ojos contemplar la clásica estampa toscana. Y darle un nombre a los síntomas.

Pienso en esto muchos meses después de haber estado ahí, cuando se aparece encima de lo que miro la fila de cipreses flanqueando el trigal verde, iluminado de un tenue tono anaranjado.

La imagen caprichosa viene cuando le da la gana, y a veces no se quiere marchar. Como las lluvias de la primavera, sigue Dolores. Pero esta mañana al sol las puso quietas y seguro no les dará tregua. Suertudos que son.

Ahora vamos camino a Laticastelli, el caserío del siglo 13 que Dolores y su esposo Gonzalo han convertido en hospedaje country relais (es decir, una villa de campo típicamente toscana), y que servirá como punto de partida de los tres recorridos con los que probaremos las mieles de uno de los enclaves turísticos más importantes de Italia y de Europa entera.

Laticastelli reposa en el centro de la provincia de Siena, una de las 10 que componen la Región Toscana.

Así que primero conoceremos la capital provincial, que también se llama Siena, "la ciudad más hermosa de la región", como anotan los folletos locales.

Ese mismo día alcanzará para llegar al pueblo medieval de San Gimignano y admirar sus impresionantes torres.

Después andaremos por las carreteras regionales, en el corazón del campo toscano, durante la segunda jornada.

Remataremos con un paseo por los caminos del Chianti Classico, el vino más famoso de la zona. (Y valga pronto una aclaración: en Italia a todo enunciado superlativo corresponde otro idéntico, pero con distinto sujeto, según dónde sea generado. Así, kilómetros adelante, no será Siena sino Florencia la ciudad más hermosa de la región, y el Brunello di Montalcino y el Nobile di Montepulciano, los caldos con más renombre. Quien lo pruebe todo deberá dictar su propia sentencia, pues aquí, se adivina pronto, no existen las medias tintas).

El desvío de la autopista es abrupto, pero enseguida aparece el camino de tierra -rojiza, aún mojada-, que sube hacia la propiedad.

Gonzalo nos espera en la hermosa terraza, las viandas están sobre la mesa. Así comienza nuestro viaje, pero la historia tiene otro inicio.

Relatos de castillos

Dolores y Gonzalo Aguilar nacieron en Argentina, donde aún pasan varios meses al año.

Ninguno de los dos presume sangre italiana. Nada ni nadie en especial los llevó a tierras toscanas, más que la atracción natural que cualquier viajero nato puede sentir por ellas.

Casi por azar se toparon con Laticastelli, que en algún momento del lejanísimo 1200 fue un pequeño burgo en el que vivieron cientos de personas; lo que sobrevivió de él tras las...

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