Desde la Sinagoga / El don de hablar sin ofender

AutorRabino Moisés Kaiman

La semana pasada hablamos del respeto que deben tener los hijos a los padres y viceversa.

Un señor me habló y comentó que el artículo le ayudó a su hijo a comportarse como se espera de un hijo.

Hace unos meses llegó este señor a mi casa y me pidió de favor si le podía ayudar con su hijo, ya que no estaba estudiando bien, sacaba muy malas calificaciones, y el padre enojado le había reclamado con muy malas palabras su capacidad para la escuela.

El joven se sintió muy ofendido, dejó sus estudios y se juntó con un grupo de amigos interesados más por el alcohol que por superarse.

Ese padre me pidió en ese momento que hablara con el muchacho; yo le pedí que lo trajera a mi casa en un momento que estuviera sobrio.

A los pocos días llegaron los dos y comencé a decirle al joven de muy buena manera que debía dejar el alcohol y las malas compañías, que el estudio era lo mejor para él, que su futuro dependía sólo de él.

Le pregunté que por qué había dejado de estudiar y había tomado este mal camino y me dijo que no todos nacían sabios, que a él le resultaba muy difícil estudiar, y sobre todo que tenía dificultad con las matemáticas.

Dijo que cuando su padre vio que sacaba malas calificaciones, en lugar de ayudarlo y apoyarlo lo insultó.

"Si mi padre piensa que soy un burro, ¿para qué estudio?", dijo.

Le pedí que volviera a los estudios, que pidiera ayuda, que dejara las malas compañías y el alcohol, y el muchacho prometió hacerme caso.

Esto sucedió hace varios meses.

La semana pasada el padre vino a mi casa y me contó que por suerte el muchacho había seguido el consejo y estaba estudiando y él lo estaba apoyando.

El hombre me...

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