Siete son sus razones

Por cortesía de Alfaguara, editorial invitada en la UANLeer, presentamos un pasaje de la más reciente novela de Jorge Alberto Gudiño Hernández (Ciudad de México, 1974), otro de los referentes de la nueva literatura nacional. El título es la segunda entrega de una saga policiaca iniciada con Tus dos muertos

Te refugias en la fonda de los miércoles. No buscas una vida cotidiana. Nada que te haga sospechar que vives con una familia. Que formas una familia. El Fresno ha recobrado su textura. Más un barrio que una colonia. Pides los sopes sin cebolla. Jugo de naranja. Café.

Entretienes la espera con el tránsito de las calles. La parsimonia de los ancianos en franco contraste con la prisa de las señoras empujando a sus hijos hacia la escuela. Librarse de ellos. Truenas la boca. También ser responsables de sus destinos. Ahuyentas las ideas.

Eludes las escenas familiares. Llevas un mes con la pregunta galopándote en la conciencia. La pregunta incluye a Nat, a la Niña y al término familia. Es una pregunta que te corresponde sólo a ti. No la has externado. Si acaso, apenas intercambian palabras. Los diálogos son escasos. Dejas dinero cada tanto sobre la mesa. Te desentiendes. Si acaso, cargas a la Niña cuando puedes. Te gusta su olor, los movimientos acompasados de su cuerpo. No duras mucho. Te niegas a aceptar que ese sentimiento se instale en tu interior. Una razón para estar contento. Vuelves a la pregunta. Sigues durmiendo en el sillón de la sala, incapaz de responderla. Rescatar a esas dos niñas de la calle es diferente a mantenerlas de por vida. Hacerte cargo de ellas representa demasiado. Te has conformado con darles albergue. De momento. Es eso y los billetes sobre la mesa. Nada más.

Y cargar a la Niña cada que hay ocasión.

Sólo eso. La falta de muebles en tu departamento confirma la caducidad del arreglo. También tus fantasías. Deben irse, concluyes con el primer sorbo de café. Aguado. Extrañas a Arcángel. Recuerdas el peso de la Niña entre tus brazos. Extrañas el café que preparaba Arcángel. Sus balbuceos anticipando una sonrisa. Sus cosquillas. Ni modo que vayas a la cárcel a pedirle que te prepare una taza. Te rehúsas a desprenderte de esas virutas de felicidad.

Las razones se acumulan.

Los sopes humean frente a ti.

Tu jefe tiene el tino de la impertinencia. Dejas vibrar el teléfono. Las manos manchadas de salsa roja. Frijoles. Queso. La manteca con que frieron el sope. La llamada se descompone a cada bocado. El jugo apacigua la...

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