Sergio Elías Gutierrez/ De San Lázaro a Xicoténcatl

AutorSergio Elías Gutierrez

Del Congreso Constituyente que sesionó los meses de diciembre de 1916 y enero de 1917, en el Teatro Iturbide, hoy Teatro de la República, a la fecha, han pasado ya 84 años.

Ese Congreso, compuesto por 218 diputados, creó la constitución que nos rige desde entonces, la que si bien es la misma, no es igual a la que juraron esos padres conscriptos. A esa asamblea no llegaron quienes militaron en las filas de los "enemigos de la Revolución".

Una comisión de "santé publique" se encargó de rechazar a algunos de los elegidos como constituyentes. No pasaría nadie de las fracciones de la Revolución que fueron derrotadas.

Dicen que "infancia es destino": el Congreso mexicano, siempre pareció destinado a albergar únicamente a miembros de la familia revolucionaria. El PRI, desde 1929, se atribuyó la calidad de albacea de la Revolución: según sus fundadores, nacía para dar continuidad a los principios del movimiento armado, y cumplimiento a los objetivos de la Revolución.

Desde entonces y hasta 1946, el Congreso federal se mantuvo fiel a su origen, sólo accedieron a él quienes se ostentaban como herederos de la revolución, los hijos predilectos del partido que monopolizaba el poder político.

En ese año, con el "Alemanismo" y el inicio de la civilidad, se permitió que ese recinto fuera abierto a algunos, muy pocos, representantes de la "reacción".

La escasa presencia de voces y votos disidentes en el Congreso lo volvió una instancia poco activa. Su papel era meramente decorativo. La verdadera legislación la realizaba el Presidente en turno. Casi todas las iniciativas de ley que se enviaban al Congreso salían sin modificación alguna.

Quizá un poco por tedio, el partido dominante decidió en 1962 oxigenar un poco más ese poder. Creando los llamados diputados de partido para que las oposiciones, las reales (PAN) y las de mentiras (PARM y PPS), tuvieran una treintena de asientos en la Cámara de Diputados. Por su número reducido, era impensable una derrota legislativa, pero al menos se refrescó el discurso. Voces inteligentes y discordantes se escucharon en Donceles.

Por mucho que se hicieran escuchar las oposiciones, su voluntad no influía en las decisiones del poder. Una sola visión se imponía en el país, la del Presidente, las demás sólo se limitaban a formarse en la fila y esperar que el todopoderoso les diera unas migajas del poder.

En esa posición de partido virtualmente único la tarea legislativa fluía sin cesar, en ocasiones las leyes salían aprobadas...

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