A la salud de las letras

AutorRosa Linda González

Si ha acompañado al hombre en su destino desde siglos antes de Cristo, podría decirse entonces que el vino es el hilo conductor en la historia del arte y la humanidad.

Este fermento de la uva está presente en las grandes creaciones pictóricas desde los frescos egipcios y las imágenes griegas y romanas de la recolección y pisado de la uva; en las esculturas dionisiacas; en retablos góticos, en pinturas medievales o creaciones vanguardistas.

Pero con la literatura el vino ha hecho un maridaje excepcional. Ha estado presente desde hace al menos unos 4 mil años, en la primera epopeya del babilónico Gilgamesh y de ahí para delante, hay textos en todas las culturas que le dan al producto de la vid un papel preponderante.

Por no ir más lejos, en la Biblia, se le menciona más de 600 veces.

Su efecto es grandioso cuando se bebe con moderación, en los excesos causa otros estropicios, pero no cabe duda que exacerba los sentidos e inspira a la hora de la creación, fin último del arte.

En este continente y apenas el siglo pasado, Pablo Neruda le dedicó una de sus odas elementales: "Vino color de día, vino color de noche, como una espada de oro, suave como un desordenado terciopelo, vino encaracolado y suspendido, amoroso, marino..." (Fragmento de la Oda al Vino).

Jorge Luis Borges, amante del buen vino, también se...

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