Rosaura Barahona / Pensiones alimenticias

AutorRosaura Barahona

Tengo cinco amigas a quienes las une un hilo común, aunque no se conozcan. Sus respectivos maridos despertaron un día y dijeron: "Ya me voy". Todas preguntaron a dónde, suponiendo que sería un viaje de trabajo. "Ya me voy de la casa".

Los días anteriores habían sido normales, de modo que todas reaccionaron con escepticismo y asombro. ¿Era broma, era en serio, las estaban tanteando?

Repreguntaron y les respondieron: "Esto ya no es para mí...". Y las razones fueron entre otras: a) estoy harto de ti, de la casa y de mis hijas (era el padre modelo de la comunidad); b) mis propios problemas son suficientes y ya no puedo cargar con los tuyos; c) estoy enamorado y no renunciaré a mi felicidad; d) voy a encontrarme a mí mismo porque nos casamos muy jóvenes, las responsabilidades llegaron demasiado pronto y no sé quién soy; e) la crisis está muy dura y mejor ve cómo puedes resolver las cosas tú.

Las cinco tenían de 2 a 6 hijos. Cuando preguntaron qué harían con los hijos, sólo uno de ellos dijo: "Te dejo la casa, los coches y el dinero en el banco; yo empezaré de cero". De cualquier modo, esa mujer, casada a los 17 años, había sido educada por él para que atendiera la casa y a los hijos, mientras él pensaba por la familia. Se sintió perdida.

En los cinco casos hubo un tardío intento de reconciliación cuando ya las mamás solas habían sacado a sus hijos adelante, a gritos y sombrerazos. Ninguna se reconcilió y, de hecho, una de ellas se negó a cuidar al ex marido cuando llegó con un cáncer terminal para que lo atendiera porque, como esposa, era su obligación hacerlo. Y técnicamente sí era su esposa porque nunca había podido divorciarse del esfumado, pero lo mandó a donde se merecía.

Aunque todas rehicieron su vida, no todas pudieron divorciarse. Una de ellas vive con una pareja a todo dar, lo que causó la furia del marido, quien la acusó de ser una cualquiera por vivir con alguien sin estar casada con él. Claro, él tenía años de estar viviendo con otra mujer sin estar casado con ella, pero nunca se consideró un cualquiera (porque los hombres no son cualquieras, sólo nosotras).

Esos cinco casos se resolvieron, aunque el dolor no lo borra nada. ¿Pero qué sucede con las miles de mujeres que aquí y en todo el mundo son abandonadas por maridos que, divorciados o no, se niegan a pagar una pensión alimenticia? ¿O aceptan pagarla y luego...

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