Rosaura Barahona / Orfandad

AutorRosaura Barahona

Antes de iniciar el artículo de hoy, deseo recomendar a mis lectores un libro muy útil que, además, trae ejercicios que nos dejan conocimientos perdurables. Se llama "Aprender a pensar leyendo bien" y es de dos autoras, Yolanda Argudín y María Luna (Plaza y Valdez editores).

Pensé recomendarlo sólo a quienes me insultaron a raíz de mi último artículo, pero creo que puede servir a muchas personas más. Acepto las críticas a mis textos, pero nadie tiene derecho a insultar a alguien más porque piensa de una manera diferente a ellos. Sobre todo si leen mal un texto y hacen acusaciones infundadas.

El libro distingue entre diversos tipos de lectura y nos enseña técnicas sencillas y confiables para discernir si un texto es, por ejemplo, confiable o no. Ojalá les interese leerlo. Yo aprendí cosas muy interesantes ahí y aquellos alumnos que lo trabajaron bien, aprendieron a leer con mucha precisión.

(No llevo comisión en la venta de los libros; lo aclaro para evitar suspicacias).

Pasemos a otra cosa. Ayer celebramos el Día de las Madres. Supongo que los restaurantes y las florerías habrán hecho sus respectivos agostos como de costumbre, porque se busca que ese día, las mamás no entren a la cocina ni laven platos.

Yo estoy pasando por una etapa extraña y difícil. Aunque tengo amigas y amigos de diversas edades, los de un grupo queridísimo con quienes me reúno desde la década de los 70 tienen entre 10 y 15 años menos que yo (tengo 63). Sus respectivos padres tienen 75 años o más. Y aunque muchos de ellos son de una lucidez maravillosa y, a menudo sus ganas de vivir son ejemplares, otros empiezan a decaer, a enfermar y a morir.

Mi papá murió de 58 años, en 1960 (yo tenía 17 años). Y mi mamá a los 68 años, hace 35. Yo pensé que la sensación de orfandad que nos quedó a los hermanos cuando papá murió inesperadamente iba a ser muy diferente a la sensación que nos dejaría la ausencia de mamá tras una larga enfermedad. Pero no, tanto la partida de uno como la de otra nos dejaron la misma sensación de vacío que no ha desaparecido ni con el tiempo, ni con los propios hijos, ni con los nietos. Nos siguen haciendo falta.

Varias de mis amigas y amigos, ya adultos, han perdido a uno o a ambos progenitores el año pasado o este año. Bueno, pues a pesar de la comprensión que se tiene de la vida y la...

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