Rogelio Ríos / #Sanantoniando

AutorRogelio Ríos

No se platica mucho de Peña Nieto ni del Peje en la fila de los permisos en el puente de Laredo, Texas, parece como si los mexicanos (regios, chilangos, jalisquillos, etc.) no acabaran de vivir una saga electoral, sino apenas un paréntesis en las preocupaciones de fondo de la vida diaria: de qué vivir, cómo progresar, cuándo echarse una vueltecita al otro lado, la marca de un verdadero clasemediero mexicano que se precie como tal.

Fuera de esas consideraciones, lo demás es secundario, aun cuando se trate de una elección presidencial. Lo que mueve a esta multitud de paisanos que hacen una fila de horas en Laredo, que aguantan la desorganización, malos tratos de los empleados gringos que los regañan desde su momentánea superioridad de "autoridad" (ni modo, todo sea con tal de sacar el permiso) no es la política, es el bolsillo.

Cuando ese bolsillo clasemediero se vacíe realmente, para lo cual no falta mucho, entonces la clase política mexicana deberá empezar a preocuparse, tan entretenida como está en su propia contemplación, en saber a dónde ha llevado a este país: al borde del desastre.

Me sorprende sobremanera cada vez que visito San Antonio que cualquier mexicano que ande por acá no decida de una vez quedarse alegando asilo político.

La gente texana que lo recibe a uno en una visita vacacional no hace más que preguntar, sin mayor preámbulo o rodeo, cómo demonios ("how the hell") puede uno seguir viviendo en Monterrey cuando sucede todo lo que ellos perciben a través de las noticias sin imaginarse que puede haber otras maneras decentes de vivir.

Nada de eso se observa desde Texas. No hay matices ni reservas que valgan. México es un polvorín, una bomba de tiempo que cada vez estalla en la forma de violencia más inesperada: balaceras entre narcos, violaciones a mujeres en un retiro espiritual, asesinatos, asesinatos, más asesinatos, el paraíso de la nota roja por Univisión.

"So", como dicen los gringos, ¿por qué no te vienes para acá, Roger? ¡Ah! Ésas son el tipo de preguntas que lo agarran a uno desprevenido, cuando uno nada más va con la mentalidad de pasar unos días tranquilo alejado del bullicio de balaceras y ambulancias.

Pero, bueno, de alguna manera hay que contestarles -hay que mexicar, como diría el buen Enrique Canales- haciendo acopio de una fe cada vez más escondida en el fondo del alma nacional...

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