Rogelio Ríos / ¡Adiós, Discovery!

AutorRogelio Ríos

Seis astronautas estadounidenses (cinco hombres y una mujer) se subieron al Discovery el 24 de febrero para emprender la última misión espacial del célebre transbordador hacia la Estación Espacial Internacional, han hecho caminatas espaciales y continuarán en órbita hasta el 9 de marzo, pero acá en la Tierra nadie parece hacerles el menor caso.

¡Qué pena siento no sólo por ellos, los arriesgados astronautas, sino por nosotros mismos! Incapaces ya de asombrarnos por una misión espacial (sea de chinos, rusos o estadounidenses) que nos recuerda el elevado nivel tecnológico al que ha llegado la humanidad, nos mantenemos con la cabeza agachada en las guerras y conflictos de siempre, interesados sólo en lo que pasa a nuestro alrededor inmediato, e incapaces de mirar al cielo.

Un signo de nuestros tiempos que se refleja en esa actitud de profunda introspección y desdén por todo aquello que no sea materia de conflicto, frivolidad o escándalo político, es la absoluta torpeza que impide al hombre moderno "mirarse desde el espacio", contemplarse como habitante común de un planeta cuya creación y existencia es un verdadero milagro cósmico, frágil como una hoja seca, pero cuyo centro pulsa al ritmo de los humanos.

Ni rastro parece quedar de aquel impulso generacional de las décadas de los 50 y 60 que apasionaban a la humanidad entera, provocaron una carrera espacial que impulsó la investigación científica de manera exponencial, y que, por sobre todas las cosas que dividen y enfrentan a los hombres, nos dio la perspectiva universal que hasta entonces nos había faltado: la de observar a la humanidad desde el espacio, su magnificencia y bajeza al mismo tiempo, y el hábitat de su planeta, ¡por primera vez!

Las generaciones del Sputnik y del Apolo, los lanzamientos desde Cabo Cañaveral transmitidos por televisión, la dimensión sobrehumana de los astronautas enfundados en sus trajes espaciales, las imágenes de la vida en un ambiente sin gravedad, en fin, la venerable cultura de los vuelos espaciales no alcanza, en la segunda década del siglo 21, a darle lustre y acaparar reflectores para el último vuelo del Discovery (el número 39) antes de convertirse en pieza de museo.

No podría ser de otra manera, pues desde lo local...

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