Al resguardo de los dioses

AutorCecilia Núñez

Fotos Cecilia Núñez

Enviada

BEIJING.- Hay que ser realistas para enfrentarse a una ciudad desmesurada como ésta y aceptar de buena gana que por más que se camine, será imposible conocerla a profundidad, o al menos entenderla en un primer vistazo.

Aquí, es sabio el viajero que se acostumbra rápido a la omnipresencia de las motocicletas (incluso sobre la banqueta) y se deja envolver por el ir y venir de los casi 18 millones de habitantes (censados) que van de un sitio a otro a paso acelerado.

Pekín, o Beijing, como lo prefieren los chinos por ser lo más parecido a su pronunciación, se presenta como una ciudad efervescente.

Por más caótico que todo parezca, existe un orden establecido que incluso se ha reflejado en el trabajo de arquitectos y urbanistas que construyeron edificios imperiales y algunas zonas de la Ciudad haciendo uso del feng shui (arte y disciplina milenaria que busca el equilibrio natural en los espacios para crear entornos energéticamente beneficiosos).

Las largas avenidas y edificios vanguardistas combinan con construcciones ancestrales y con los llamados Hutong, esas estrechas callejuelas del Centro de la Ciudad que sobreviven en los barrios antiguos, con casas de una planta y patio interior, en las que vivían varias familias.

Los miles de años que preceden a la llamada Capital del Norte exigen una visita reflexiva y una mente bien despierta para asimilar la historia, la dinámica citadina y la forma en la que se vive ahora.

En cambio, para acercarse a la gastronomía china sólo se necesita tener bien despierto el apetito. Aunque no es igual a la sazón a la que nos tienen acostumbrados las cafeterías chinas de nuestros barrios, siempre tiene opciones interesantes.

Es verdad que se necesita valentía para probar la carne de serpiente, pero por lo menos los grillos no nos resultan tan extraños. Y siempre se pueden encontrar los amigables rollitos primavera, empanadas, arroces con vegetales, ternera, cerdo y pollo y, claro, el pato a la pequinesa.

Y si en estilos pequineses hay que iniciarse, las compras también son todo un arte. Llevar la actitud del regateo es casi tan obligado como traer efectivo a los mercados.

Las reglas son claras: se empieza con precios estratosféricos que hay que bajar tan vertiginosamente como sea posible; las barreras del idioma se rompen con una calculadora en la mano, y el golpe final: fingir desinterés cuando no se logra el precio deseado, para lograr una rebajita extra.

DE LA TIERRA AL CIELO

Cuando...

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