Un refugio en el camino

AutorDaniel de la Fuente

Todas las tardes, en el cruce de Emiliano Zapata y Serafín Peña, en Guadalupe, un grupo de hombres, a veces acompañados por mujeres, aguarda en la banqueta. Algunos están sentados, comiendo fritos, galletas o bebiendo refrescos; otros fuman mientras sus miradas se pierden al fondo de las calles o en el cielo.

Ellos, que no llegan a 20 en un día como hoy, conversan sobre su jornada: la búsqueda de empleo para conseguir unos pesos y continuar su ruta, la novedad en el lugar donde trabajan, alguna comunicación con la familia.

Otros, que llegan por primera vez con morralitos en las manos, hacen preguntas escuetas.

"¿Aquí es el albergue?", interroga uno que se aproxima lento y mira el reducido inmueble rodeado por bardas y mallas.

"Llegaste...", le sonríe uno que aguarda sentado y se le queda viendo los tenis descarapelados.

Otros lo miran con recelo, pero el risueño quiebra el hielo: "¿De dónde, hermano?".

"Guatemala", contesta, y sus ojos parecen humedecerse.

A las cinco de la tarde, la casa frente a la que están sentados abre sus puertas e ingresan en fila.

"¿Cómo se llama el albergue?", pregunta el guatemalteco.

"Casanicolás", le dicen.

Adentro, los migrantes son registrados y se les proporciona baño, ropa y cena. Los que requieran curaciones las reciben ahí o, en su caso, son enviados a la clínica del Seguro Popular más cercana.

Más tarde, antes de dormir, estos huéspedes habrán de tomar un poco el fresco de la noche en el jardín. Allí, sin que nadie los escuche, contarán detalles de su viaje en La Bestia, el tren inmenso que los separó hace semanas de Centroamérica.

"Pasar por México es llegar al infierno", dice José, un mecánico de Honduras. Le sucedió lo mismo que a Lisseth, del mismo país. A ambos los asaltaron en el tren, pero se guardan los detalles.

Ella tiene 35 años y dejó encargados a cinco hijos.

"Nosotros veníamos pidiéndole a Dios que no nos pasara nada", cuenta la mujer, de ojeras oscuras. "Había que estar al pendiente en el tren, porque dos veces por poco me caía. Sientes que el aire de las ruedas te chupa".

Lisseth se reserva lo del asalto, pero no dista de lo que otros han descrito.

Aquí, ellos harán un alto en la que sin duda es una de las mayores odiseas que alguien puede vivir con la esperanza de pasar una de las fronteras más largas, transitadas y peligrosas del mundo: la de México con Estados Unidos.

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Días atrás, Luis Eduardo Villarreal Ríos permanece pensativo con los brazos entrecruzados sobre el austero comedor...

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