Recordando a Don Alejo

AutorDaniel de la Fuente

A propósito de alguien que había fallecido, Alejo Garza Tamez le dijo a su esposa Leticia Torrijos: "Hay gente que se muere y no hay quién se acuerde de ellos".

Leticia le respondió: "Bueno, pero también hay gente que pasa a la historia".

"¿Tú crees?", le preguntó el hombre.

"Claro", contestó, "por sus hechos, por cómo fueron en vida".

Esto pasó un mes antes de que Alejo fuera asesinado en su rancho en Padilla, Tamaulipas, entre el 13 y 14 de noviembre del 2010.

Hoy, a Leticia no le queda duda de que algo, por lo menos en el último mes, pasaba por la mente de su esposo, el mismo que, apenas semanas atrás, hablaba optimista del futuro juntos.

El 17 de julio de ese 2010, Alejo cumplió 77 años. La vida le sonreía: las 3 mil hectáreas de su rancho ganadero San José, llamado así en un honor de su padre, era productivo, lo mismo que la maderería El Salto, de su familia, y una línea de tráileres; Marcela, su hija mayor, estaba por primera vez embarazada, y él, su esposa y su hija menor Alejandra vivían felizmente.

Alejo estuvo casado anteriormente y tuvo cinco hijos. A Leticia, vecina de la Colonia Paraíso y con estudios de contaduría, la conoció en los 70 en una refaccionaria en la que ella trabajaba.

"No había otro hombre como él de bueno, cariñoso, buen hijo, buen esposo", comenta. "Me gustaba que era muy respetuoso, que tenía palabra. Decía: 'Cuesta mucho ser hombre'".

Leticia vio nacer San José desde que Alejo se hizo de las tierras. Para el penúltimo de los siete hijos de Olivia Tamez Silva y José Francisco Garza González era un sueño tener un rancho propio, que veía como fruto de décadas de trabajo desde que debió abandonar la primaria para trabajar en el aserradero de la familia, cuyo origen es la comunidad Lazarillos, en Allende.

Alejo, experto cazador y aficionado a la pesca deportiva, trabajaba de lunes a domingo. El rancho lleno de animales y conformado por sembradíos y presas, incluida la colindante a la Vicente Guerrero, le exigía presencia y atención, por lo que era común irse desde el viernes con la familia para descansar y supervisar.

Las hijas crecieron felices a la luz de aquel hombre cariñoso, pero firme, que ante la ola de violencia de aquellos años no dudaba en decir: "Antes de que me quiten el reloj o la camioneta me voy a...

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