Rebanadas / La Colonia

AutorCony DeLantal

"Gooooey, tipo que yo ya no salgo de La Colonia", dirán ahora con mayor razón nuestras princess sampetrinas, que de todas formas jamás han sabido qué hay del otro lado de la loma.

La Colonia es el nuevo restaurante de la colonia. Bosques del Valle para ser exacta, justo donde estaba el Pangea. Quedó tan fancy y te atienden tan bien que tampoco veo razón para salir de ahí.

Cuando cruzas la puerta no se puede evitar pensar en Pangea. ¡Pero qué cambiazo! Extreme makeover. Es lo que debió haber hecho aquél restaurante -como todo buen sampetrino- cuando empezó a envejecer.

Pero, bueno, ya sabemos, Pangea prefirió mudarse con todas sus chivas a Arboleda para comenzar allá una nueva vida y dejó este local a disposición de algún valiente que lo quisiera rescatar.

Fue lo mejor que nos pudo haber pasado. Eso y que Arjona no haya sacado disco este año. Porque ahora tenemos un Pangea revigorizado y reinventado en Arboleda y otro buen restaurante recuperando para nosotros este icónico espacio que parecía perdido.

Algo así como lo que va a hacer López Obrador en Los Pinos, que anunció que desde mañana será propiedad de los mexicanos y las puertas abren a las 10, para que se arme la cascarita en los jardines y los niños salten en las camas.

Y seguramente pronto nos preguntará mediante oportuno referéndum si queremos que se convierta en biblioteca, museo, albergue para migrantes, salón de fiestas infantiles o sucursal de Sanborns, #todossomoslospinos.

Pero de regreso a nuestra colonia, pues acá La Colonia quedó muy nais. Llamémosle "modern classic", pues parece una vieja hacienda pero con detalles contemporáneos de muy buen gusto.

Se esmeraron en serio con la ambientación y el servicio.

La luz atenuada, el haz calculado, la llama encendida en la mesa, el intenso aroma a edén, la perfecta acústica... Son esos detalles -que a veces no percibimos conscientemente- los que nos hacen atesorar una experiencia a la que llamamos "inexplicable".

Esa mueca de satisfacción que me noté en el espejo de vanidad cuando el valet nos entregó la camioneta, sólo me la había visto después de un masaje terapéutico en conocido spa de la Plaza O2.

Fue un masaje equiparable. Esta vez a los sentidos y también al ego, por la impecable atención de capitanes y meseros, obvio puro colmilludo importado (¿pirateado?) de otros restaurantes.

Lo digo con verdadera admiración, porque estuve ahí al día siguiente de que abrieron oficialmente y habría jurado que llevaban toda una vida...

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