Rebanadas / Campo y mar para amar

AutorCony DeLantal

Lo amé. Qué fregón quedó Campomar en Arboleda. Extreme makeover al local donde estuvo The Capital Grille. Ni rastro quedó de aquella obesa rimbombancia y su aburrida faramalla.

Ahí barrieron con ramita de pirul hasta el último grano de sal y edificaron de cero un concepto playero nais, elegante y sabrosamente casual, que me dejó loquitamente enamorada de la vivencia.

Impresionada además con el lleno total como en los buenos tiempos (parte por lo novedosos que somos y parte por lo desesperaditos que estamos) y con el despliegue de meseros y personal para atender tantísimas mesas, tan rápido y tan bien. Exageradamente organizados y demencialmente acelerados, bajo el barullo de un restaurante visiblemente ajetreado.

Desde que llegas te plantan en friega un plato de marlín de cortesía (con el que muchos ya tendrían para pedir la cuenta) y un babero para resguardar tu indumentaria -más no tu conciencia- del opíparo festín que está por llegar.

De ahí en adelante te sirven y te retiran a la velocidad de la luz, muchas veces aunque no te hayas terminado la sopa, como si hubiera que cumplir con un menú de boda en época de horarios recortados.

Exageraditos también con los protocolos. Pero no saben lo mucho que les agradezco que no dejaran entrar a mi suegra. Eso habla de lo estrictos que son con la salud y el interés que tienen por cuidar a nuestra población más vulnerable.

Mi marido a fuerza la quería llevar, pero este inconsciente no entiende de prevención. Me dio mucho gusto que existan negocios así de comprometidos, a pesar de esta sociedad tan necia, terca y cegada.

Yo cené tranquila sabiendo que ella estaba a salvo en su casa, mientras aquél se la pasó extrañando a su mamita y refunfuñando toda la noche de las ridículas y disparejas restricciones de la pandemia. Creo que acaba de romper el récord Guinness de quejarse sobre un mismo tema sin agarrar aire durante toda una cena de tres tiempos.

Campomar nos resultó más mar que campo. Por su mote yo suponía que el menú andaría micha y micha, y aunque esa pudo ser su pretensión desde que la cadena arrancó en 1979 en Nayarit, hoy se siente más cargado hacia los mariscos que las carnes. Así como Clara Luz, que tampoco concuerda parejo con ese nombre que le pusieron.

Y qué bueno que aquí hay harto marisco y muchísimo espacio con protocolo sobrado, porque eso lo convierte en un lugar avalado por la Iglesia y el Estado. Digamos que cumple con creces de la A a la O; desde la Arquidiócesis que nos pide...

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