Rafael Segovia / Retrato de un héroe

AutorRafael Segovia

A decir verdad, no era un hombre simpático más que para los norteamericanos. La sonrisa forzada, la voz impostada y el gesto estudiado revelaban al actor de cine de segunda categoría, al héroe para la turba, el seductor de televisión, al hombre sin calidad. Fue el cowboy en todo su horror, un John Wayne de segunda, que a su vez era de tercera.

En él se encarnaba lo que algunos ven todavía la gran tradición de los Estados Unidos, unos muchachos que a caballo conducen gigantescos rebaños de vacas desde Texas a los mataderos de Chicago, y cuando no son simples vaqueros son unos policías rurales que matan indios de preferencia sioux a montones y cuando no hay unas cuantas tribus al alcance, son partidas de mexicanos que salen como liebres a refugiarse en la otra orilla del Río Grande del Norte tan pronto como el Ronald Reagan de turno se pone en movimiento.

Fue el héroe de la película, el american boy en todo su horror. ¿Cómo pudo llegar a ser Presidente? No es un misterio: su carrera coincide de sorprendente modo con la de Nixon o la George W. Bush, aunque ninguno de estos dos haya sido actor.

Pero todos son ultraconservadores y políticamente -no económicamente- populistas. De no serlo, lo simulan, empezando por una mediocridad compartida por una mayoría del pueblo norteamericano, enemigo jurado de la excelencia, de la aristocracia, del estilo individual y distinto. El triunfo se concede al hombre masa, al más parecido a todos los demás, a aquel en que se identifican los blancos y protestantes de origen inglés -de preferencia, aunque ya se admiten razas del norte de Europa- y de al menos segunda generación norteamericana. Su cultura no debe distinguirse un ápice de la general, de la impuesta por la TV, la prensa, la escuela y los vecinos. Debe mostrar un respeto absoluto por el dinero, no por la manera de obtenerlo, conste que no por la de ganarlo.

No se trata de trabajar más y mejor, lo obligatorio es tener el dinero: un asalto a un banco o a un individuo cualquiera es inadmisible; asaltar a 50 mil con ayuda de una estafa monumental está autorizado: véase el paradigmático caso Enron entre otros, entre los cientos que se producen todos los años.

El segundo punto indispensable para ser Presidente radica en los principios políticos. Se debe aborrecer el comunismo no por la barbarie repulsiva en que incurrió el llamado socialismo real, o la cerrazón mental del castrismo. El comunismo para Reagan, Nixon, Bush padre e hijo, es sencillamente el mal...

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