Rafael Segovia / Luis González

AutorRafael Segovia

Tuvo pocos alumnos, porque nunca creyó en los magisterios formales, pero tuvo más discípulos que nadie. Su cátedra estuvo en la mesa del café, en el pasillo, en el parque o en el patio, donde entre risa y sonrisa, sin énfasis ni petulancia soltaba a borbotones su inverosímil sapiencia y su insondable erudición, sin orden ni concierto aparentes por aborrecer el papel dómine.

Fue un director sin autoridad por haberse negado a ejercerla, y, sin embargo, nadie fue más obedecido y seguido que él. Me refiero, claro está, a Luis González y González, natural de San José de Gracia, hombre extraordinario, historiador que renovó, más bien recreó, la historiografía mexicana.

Leí su primer estudio cuando llegué a El Colegio de México, pese a haberle conocido mucho antes en la Facultad de Filosofía y Letras. Mi profesor Edmundo O'Gorman hablaba de él con auténtico entusiasmo, hasta el grado de despertar los celos de quienes éramos sus alumnos. No dejaba de sorprender que O'Gorman se entusiasmara con alguien de El Colegio de México, lugar con el que mantenía una distancia y una frialdad notorias, que se complacía en subrayar tan pronto como tenía la oportunidad de hacerlo.

Ese trabajo, "El optimismo nacionalista como factor de la Independencia de México", cito el título de memoria, era deslumbrante para quien, como yo, no conocía nada del autor; al enterarme de su edad, me resultó doblemente deslumbrante. Su genio aparecía línea tras línea, anunciaba no sólo al gran historiador, sino al gran escritor y al gran convencido. De cierta manera su poder de convencimiento y de seducción estaban ya presentes. Era seductor por cómo atraía hacia la historia y no en el sentido etimológico -se ducere, atraer hacia sí, que como señaló Camus, era lo que un gran profesor no debía hacer.

Escribía con una facilidad asombrosa, con un gusto pleno por su materia, convencido de lo que hacía y, por consiguiente, de lo que exponía. Era ajeno a las modas, como siempre momentáneas, devoradoras de las mejores inteligencias. Las grandes corrientes en ese momento pasaban inevitablemente por Braudel y la escuela de los Anales, la de las grandes síntesis, con frecuencia la mejor vía para exponer rencores personales y excluir a quienes no se plegaban al pensamiento y voluntad del jefe.

En ese momento, en pleno éxito de la llamada escuela de síntesis histórica, Luis González plantea con su historia de San José de Gracia y poco después con "Pasión de nido", dos obras que hacen de él un...

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