Puerto Rico al extremo

AutorIvett Rangel

Enviada

JAYUYA, Puerto Rico.- "¡Boricuas, que nos coge el día!", grita Juan Carlos Negrón para sacar a sus huéspedes de las camas. El reloj apenas marca las 7:00 de la mañana, pero ya se hace tarde para descubrir la llamada "Isla del Encanto".

Pese a la sonora alarma del anfitrión y el café cargado como desayuno, el entusiasmo aún permanece dormido. Camino al río Rosa, a través de "El Espinazo" (como conocen a la Cordillera Central), ya se despertará.

Hacemos una escala en el Museo Cemí, cuya arquitectura parece un juguete en el campo; aquí se exhiben objetos de sus antepasados taínos.

Raymond Sepúlveda, guía del grupo, explica que el cemí es una pieza ceremonial que, con tres picos y forma de serpiente y murciélago, ayuda a obtener buenas cosechas cuando se entierra.

Hay otra parada más en el Chorro Doña Juana, una de las tantas caídas de agua que se presentan en las carreteras de la isla, para tomar una fotografía.

El vehículo se detiene en un puente, abajo del cual pasa un río. Aquí es el punto de partida para conocer, contracorriente y hacia arriba, el Rosa. Uno a uno deben prepararse para la travesía, hay que quitarse lo que no se quiera perder o mojar y colocarse el casco con linterna.

Preparamos arneses, cuerdas, un machete y bolsas especiales para proteger las cámaras fotográficas y de video.

La corriente está helada y para apagar las expresiones a propósito de la temperatura, viene El Bautizo, una poza a la que hay que saltar para aclimatarse por completo.

Ya nadie opina del frío, se ocupan por mantener el equilibrio y por salir lo mejor librados posible del lugar. Parecía sencillo... No lo es tanto.

Hay que hallar las rocas correctas y calcular la profundidad del agua para no lesionarse. Un paso sin mirar significa una caída o una zambullida con sus respectivas consecuencias. Pero es inevitable. Ya cayó uno, después otro y más adelante, un tercero...

Piedra a piedra, ignorando insectos y esquivando ramas, se avanza sobre cascadas de distintos tamaños.

El cansancio ya se nota en ciertos rostros, pero viene un reto más: El Salto, una pared de más de 10 metros que se debe escalar con la ayuda de una cuerda llena de nudos.

Allá arriba espera una poza mayor, casi una alberca natural para disfrutar del lugar y lo que lo rodea luego de más de tres horas de caminar, nadar y trepar.

El agua aquí está aún más fría, poco menos de 12 grados, según cálculos del guía. El ánimo se contagia y no hay más opción que saltar.

No hay nadie...

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