Proyecto Familia/ Una entrada de campeón

AutorMarcelino de Andrés Núñez

Todos hemos sido testigos de alguna entrada triunfal. Por ejemplo, en el mundo del deporte cuando en 1998 la Selección de Francia de futbol ganó en su propia casa el título mundial. O cuando el Pachuca ganó el torneo de verano del año pasado. O en fin, cuando cualquier selección nacional o competidor individual del deporte que sea vuelve a casa con algún trofeo significativo.

En ocasiones como ésas, los triunfadores se ven recibidos muchas veces por grandes masas que los envuelven en aplausos y ovaciones. Es un modo de reconocer y premiar su esfuerzo y el buen papel que han desempeñado en representación del propio país.

Esto ha ocurrido a lo largo de los siglos y sigue ocurriendo en nuestros días. Y no sólo en el deporte, sino también en el ámbito político y social, en el mundo del espectáculo, en el campo religioso.

Grandes líderes, poderosos estadistas o militares y otros personajes famosos han ido prolongando hasta nuestros días la cadena de las entradas triunfales que adornan la historia de la humanidad.

Paradójicamente, muchas de esas entradas esconden y conllevan contradicciones significativas.

Cuántos individuos que se encontraban armando un barullo enorme con sus gritos eufóricos de bienvenida y felicitación, a los pocos días están poniendo "pinto" y mandando poco menos que a la tumba a uno o a varios de esos mismos jugadores, al constatar ahora sus errores en el terreno de juego.

Cuántos, contagiados de nuevo por la masa, se vuelven de repente contra sus líderes o ídolos blandiendo con furia actitudes y sentimientos radicalmente opuestos a aquellos con los que acogieron su entrada gloriosa poco antes.

Esto sucede hoy y sucedió hace 21 siglos.

Hace 2000 años.

Hace dos mil años alguien protagonizó una entrada triunfal imponente. A juzgar por las crónicas fidedignas que conservamos, debió ser algo glorioso.

Fue en Jerusalén. Allí por el año 33 de nuestra era. Jesús de Nazaret, gran profeta en palabras y en obras, montado sobre un burro, entraba triunfalmente en la gran urbe en la ciudad santa.

Por lo que cuentan los testigos oculares, la algarabía fue mayúscula. Uno de ellos, Mateo, comenta que una gran muchedumbre empezó a rodearlo extendiendo sus mantos y ramaje de los árboles a modo de alfombra, por donde iba pasando. Y esto era sólo el inicio...

El tumulto engordaba visiblemente segundo tras segundo. Fue corriéndose la voz a un ritmo de vértigo. La gente empezó a enterarse de que llegaba aquel a quien se le atribuían milagros y...

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