El principio del dolor (I)

AutorDaniel de la Fuente

Alicia Ramos de Salas lavaba trastes esa mañana, contemplando a través de la ventana el recorrido moroso del sol por la lavandería.

Esta mujer de 78 años, baja de estatura y pelo negro entrecano tiene una mirada triste desde hace 27 años. No lo puede evitar, pero cuando llegan sus hijos y nietos, aquel rincón sin luz que son sus ojos se torna solar.

Esa mañana dice que escuchó el timbre de la casa. Con su andar difícil por la mala circulación fue a abrir.

Los sujetos se identificaron como Luis Alberto García Martínez y Luis Antonio Ramírez Rebeles, agentes de la Agencia Federal de Investigaciones. Eran jóvenes, con corte de cabello militar, vestidos casualmente, uno traía huaraches, sin calcetines.

Uno de ellos dijo que venían a hacer preguntas sobre el hijo de ella, Ramiro Salas Ramos.

Los invitó a pasar a la modesta casa de la Colonia María Luisa, al poniente de la ciudad, la misma que por más de dos décadas y media tuvo cortinas y persianas abiertas de par en par día y noche, para que los individuos que pasaban lento en los coches de vidrios polarizados pudieran observar sin dificultad al interior.

Le preguntaron a Alicia si había interpuesto una denuncia por la desaparición de Ramiro en la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado.

"La hemos puesto en muchas partes, hijito", le respondió Alicia, serena como es. Cálida.

"A nosotros nos traen por distintos estados para revisar casos como el suyo", le dijo el otro. "Ahora venimos de Guerrero y de Sinaloa. Nos dieron la orden por teléfono de venir a Monterrey para buscarlos a usted y al señor Fernando López, ¿lo conoce?".

Alicia sonrió: conoce a Fernando y a su esposa, Martha, también desde hace 27 años.

"Sí, hijito", dijo Alicia. "A los dos nos desaparecieron a nuestros hijos el mismo día".

Los agentes se miraron. Uno de ellos sacó un cuaderno y apuntó algo.

"¿Podría contarnos cómo fue", pidió el otro.

"¿Tendrá sentido?", dice que se preguntó Alicia en silencio, aunque no dudó en responderse.

"Siempre tiene sentido".

II

En 1978, Ramiro Salas Ramos tenía 25 años y era un muchacho más con flequillo y pantalones acampanados egresado de la Facultad de Ingeniería Mecánica y Eléctrica de la UANL.

Por la mañana impartía como maestro suplente la materia de Sociología de Latinoamérica, en Filosofía y Letras; por la tarde estudiaba en la Facultad de Economía y, ya en la noche, tomaba otra especialidad en la Normal Superior del Estado.

"Ramiro tenía excelentes calificaciones. Tengo constancias de todos sus estudios", expresa Alicia en torno a la misma duda que la subyuga: ¿por qué?

Cerca de las 19:00 horas del jueves 4 de abril de 1978, Ramiro le dijo a su madre que iría por un libro a casa de un amigo.

"Cena, hijo. Ya está servido", pidió Alicia.

"No tardo", respondió y salió a la calle.

Esa noche, Alicia y Ramiro Salas Becerra, su esposo, no durmieron. Su hijo, que no solía llegar tarde ni ausentarse, no volvió a casa. Al igual que varios jóvenes más, durante las horas previas y posteriores, tampoco regresaron a su hogar.

Al día siguiente, don Ramiro...

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