DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Plaza de almas

AutorCatón

Las flores y los abanicos servían a nuestras abuelas para enviar mensajes a sus galanes usando el secreto idioma de los enamorados. García Lorca escribió en "Doña Rosita la soltera, o el lenguaje de las flores": "...Sólo en ti pongo mis ojos', / el heliotropo expresaba. / 'Soy tímida', la violeta. / 'Soy fría', la rosa blanca. / Dice el jazmín: 'Seré fiel', / y el clavel: '¡Apasionada!'. / El jacinto es la amargura; / el dolor, la pasionaria... / Las flores tienen su lengua / para las enamoradas. / Unas llevan puñalitos, / otras fuego, y otras agua...". También con el abanico decían cosas las mujeres de antes. Abierto, el abanico daba esperanzas. Cerrado era un rotundo "no". Movido con lentitud daba a entender que la dama estaba recordando aquel momento que él sabía. Agitado con violencia manifestaba celos, despecho, enojo o desesperación. Otros ocultos medios de expresión había a más de ésos. En mi ciudad, Saltillo, la gente acostumbraba poner tras las rejas ferradas de los grandes ventanales saltilleros caracoles marinos -nostalgia del océano jamás visto- que las novias usaban para trasmitir mensajes a sus galanes. "Si el caracol apunta al barrote noveno es que saldré a las 9. Si está puesto boca abajo es que hoy no podré salir". ¡Cuántos romances se trastocaban y morían porque los muchachillos de la calle cambiaban los caracoles de lugar! Pues bien: en este pequeño pueblo de Veracruz que apenas vi de paso, y cuyo nombre se me fue de la memoria -¿me lo podrá decir alguno de mis cuatro lectores?-, las muchachas se valen de sus sombrillas para decir que sí o que no. Aquí siempre brilla el sol. Brilla todo el santo día, y hasta de noche brillaría quizá si la luna lo dejara. Las muchachas en edad de merecer evitan a toda costa que ese sol sempiterno les oscurezca el cutis, pues no les gusta ser morenas; su orgullo de doncellas es tener rostro de alabastro. Así, primero saldrían a la calle sin calzones -perdón por la crudeza de la frase- que sin sombrilla. Ni a la puerta se asoman sin llevarla. Con ella se defienden de los exuberantes rayos de aquel unánime sol. Es un gozo verlas ir por la calle principal del pueblito -no hay otra calle- luciendo sus coloridos quitasoles. Sin palabras hablan esas...

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