DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Plaza de almas

AutorCatón

En la entrega anterior hablé de una artista. De un artista hablaré hoy. He de confesar que afronté un problema grande al escribir sobre él. Debía yo por fuerza usar la expresión "pitos caídos", o si no "paro de pitos", lo cual le restaba seriedad a la historia. Ningún relato que lleve cualquiera de esas frases puede ser serio. Y sin embargo en aras de la claridad -mínima cortesía que debe tener el escritor, pensaba Ortega- terminé por usar las dos. Ofrezco una disculpa adelantada. Y va la historia... Todas las mujeres en edad de merecer -y también muchas en edad de ya no merecer- han ido a la estación del ferrocarril de Caracas, Venezuela. Va a llegar Jorge Negrete, el apuesto charro mexicano que está en el apogeo de su fama. El ídolo desciende del lujoso vagón que lo llevaba y se instaura el caos: la turbamulta mujeril traba combate con la gendarmería para tratar de acercarse al guapísimo galán. Muchas féminas lloran por la emoción de verlo aun de lejos; algunas se desmayan; todas gritan y se retuercen como bacantes poseídas por un súbito ataque de erotomanía. En los días siguientes las mujeres no hablan de otro tema que no sea Jorge Negrete. Bien pronto los hombres se hartan de oír mentar al cacareado gallo mexicano. Cuando hacen el amor con sus mujeres creen escuchar que ellas no dicen: "¡Olegario!", "¡Faustino!" o ¡Bardomiano!", según el caso, sino "¡Jorge!", "¡Jorge!", "Jorge!". Y he aquí que de repente surge un súbito y espontáneo movimiento de liberación masculina, el único quizá que ha habido en el continente americano, y a lo mejor en el mundo. Como protesta por la exagerada admiración de sus mujeres al "Charro Cantor", los esposos y novios caraqueños acuerdan llevar a cabo un paro -aquí el apuro- de pitos. Así como hay huelgas de brazos caídos, ellos inician una de pitos caídos. Cunde el acuerdo como voraz incendio: durante el tiempo que dure la presencia en Caracas de Negrete los hombres no les harán el amor a sus mujeres. Aquello debe haber sido algo muy de verse. Llegaban los señores a su casa y se encerraban en su cuarto sin siquiera mirar a...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR