DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Clericalismo

AutorCatón

Este amigo mío es profundamente religioso, motivo por el cual es bastante anticlerical. Tuvo la fortuna de leer en su primera juventud algunas novelas de Anatole France, de Queiroz, de Pérez Galdós, y eso, a más de salvarlo de la beatería, lo dotó de un sano escepticismo cartesiano que le permitió advertir, entre otras cosas, que los curas no son personas sagradas, al menos no más sagradas que el panadero, el carpintero o el albañil, y que sus vestiduras y ornamentos , lo mismo que sus anillos, mitras, escudos, tronos, báculos y cruces doradas y plateadas, con sus vistosas hopalandas y teatrales hábitos, son objetos mundanos merecedores más de reproche que de respeto, sobre todo cuando el país en que se luce esa quincalla es pobre. No desconoce mi amigo el hecho incuestionable de que por cada cura que persigue vanidades hay cien o más entregados a cumplir calladamente la vocación que los llevó a un seminario, pero detesta el airecillo de superioridad con que no pocos eclesiásticos tratan a los laicos, y si un obispo de menos edad que él le habla de tú, él también lo tutea, por aquello de la equidad. Sucede que muchos clérigos se han creído el cuento de que son sagrados, sabiendo perfectamente bien que no lo son en el sentido real del término, pues a nadie sacraliza un untamiento o una imposición de manos, y ningún hombre es más sagrado que otro por el hecho de no tener trato con mujer; muy al contrario, eso lo aparta de la corriente de la vida, cosa que sí es sagrada de verdad. El Papa Francisco, jesuita al fin -y al principio-, hizo una crítica del clericalismo en la Iglesia Católica de América Latina, y la llamó a ser una iglesia misionera que esté cerca de la gente. En efecto, tradicionalmente los jerarcas -con algunas plausibles excepciones- han estado lejos de los fieles y muy cerca de los dueños del poder, ya sea poder económico, político o mediático. Muchas veces quienes dicen defender a los pobres los utilizan para su lucimiento personal y búsqueda de honores. No se ocupan de ellos si no hay cerca un reflector, un micrófono o una cámara de televisión. Lo suyo es la imagen, la palabra, no los hechos. Ésos se los encargan a las infanterías a su mando, y ellos descuidan todo lo demás. Mi amigo piensa que las prédicas del Papa corren el riesgo de quedar en eso, en palabras bien intencionadas, si al...

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