El poder de la comedia

AutorRodolfo G. Zubieta

Hacer sátira política en el entretenimiento es un arte que muy pocos malabarean con maestría.

Los Monty Python, Mel Brooks, la serie South Park, Saturday Night Live, mexicanos como Héctor Suárez... La lista, aunque pareciera amplia, es muy selecta, y al menos en el cine tiene un líder indiscutible.

Charles Spencer Chaplin (1889-1977), ese legendario cineasta rebelde del Hollywood clásico, dedicó gran parte de su carrera a poner el dedo sobre la llaga en temas álgidos, transformándolos en mitos visuales.

Ya fuera la pobreza, el clasismo, la depresión, la revolución tecnológica, la religión y hasta la xenofobia, el británico siempre supo abordarlos con un sentido del humor refinado, por más pastelazos que se lanzaran.

De entre todas sus obras, la narración fársica más importante fue El Gran Dictador, donde condena con un ácido y polémico sentido del humor a Adolf Hitler, Benito Mussolini, el fascismo, el antisemitismo y los nazis.

Estrenada el 15 de octubre de 1940 en Nueva York, Chaplin escribió, dirigió, musicalizó, produjo y protagonizó la película, todo con un presupuesto de 2 millones de dólares, que él pagó de su propia bolsa.

En el filme, lanzado cuando Estados Unidos aún se mantenía neutral en la Segunda Guerra Mundial, el cómico desempeñó un papel dual: el de un dictador fascista despiadado y el de un peluquero judío perseguido.

El resultado de su primera película con sonido directo (pese a incluir varias partes silentes) fue un éxito absoluto no sólo de taquilla, sino de crítica internacional.

Porque, además del éxito comercial, fue nominada a cinco premios Óscar: Mejor Película, Actor, Guión, Actor de Reparto y Música.

En 1997 fue seleccionada por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos para ser preservada en el Registro Nacional de Cine por ser una obra "cultural, histórica y estéticamente significativa".

Esto sin contar que, a la fecha, sigue siendo objeto de estudio y una joya de la sátira.

A 80 años de haber jugado con un globo terráqueo de forma infantil y absurda, el implacable dictador Adenoid Hynkel sigue siendo el perfecto retrato de aquellos políticos enfermos de poder.

Y todo se lo debemos a Charles Chaplin.

¿De qué va?

En 1918, un soldado judío (Charlie Chaplin), quien lucha por la nación de Tomainia, salva valientemente la vida de un piloto herido, aunque pierde la memoria.

Veinte años después, aún con amnesia, el soldado deja el hospital para volver a su anterior profesión de barbero en el gueto, que ahora es...

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