Plaza Pública / Diplomacia en la cumbre

AutorMiguel Ángel Granados Chapa

Con una tardanza de dos años, en marzo próximo el Presidente Fox devolverá al Presidente Bush la visita que éste hizo en febrero de 2001, apenas un mes después de asumir su cargo, al rancho San Cristóbal en Guanajuato. La estancia de dos días de los Mandatarios, con sus esposas, en el rancho Crawford, de Texas, sellará la reconciliación de estos dos hombres que imprimen a la relación diplomática el sello de la personal, tan expuesta a los humores y al juego de las circunstancias.

Elegidos en el mismo año, con insólita claridad el mexicano, en medio de confusión y contradicciones el norteamericano, Fox y Bush se habían conocido cuando gobernaban sus Estados, posición a la que llegaron desde la empresa privada (aunque el guanajuatense había tenido un bautizo de fuego en la política, una derrota asestada a la mala por el autoritarismo priista que complacía a Washington). Parecían encaminados a entenderse bien desde el principio, y así lo confirmó el primer encuentro de ambos ya ubicados en sus sillas, con la hospitalidad de la familia Fox, a la que todavía no se integraba Marta Sahagún, presente, sin embargo, en el rancho en su carácter de vocera. Sin embargo, la nitidez del encuentro quedó empañada por un bombardeo anglonorteamericano a Iraq, que se impuso en el interés noticioso de aquel lado de la frontera a la reunión entre los Presidentes.

Ése fue uno de los lejanos antecedentes de la invasión iniciada en marzo pasado y que durará mucho más de lo previsto. Saddam Hussein, que burló la intención del primer George Bush de echarlo abajo, había sido tema de la campaña del segundo Bush que apenas se convirtió en jefe de las fuerzas armadas lanzó inequívocas advertencias a Bagdad. Por eso, la revelación del ex Secretario del Tesoro Paul O'Neill de que el Gobierno del que formaba parte había resuelto ocupar a Iraq aun antes del 11 de septiembre, sólo es sorprendente porque la comunique un funcionario que estaba dentro y que desde allí vio a Bush gobernar de modo atolondrado.

El terrorismo, el real y el magnificado, el inminente y el supuesto, enfrió la cálida relación entre Bush y Fox, y aun la congeló. No, ciertamente, porque el gobernante mexicano desestimara la reacción norteamericana frente al atentado a las torres gemelas y mucho menos negara la necesidad de combatir a quienes destruyen y ponen pavor en las almas, sino porque Bush exigió más sujeción que solidaridad, cuando que ésta fue ejercida puntualmente por el Gobierno mexicano en la frontera y más recientemente, con exceso, en los aeropuertos, tan pronto la demandó Washington.

El hecho es que ni siquiera la actitud mexicana frente a Cuba, situada en la línea que satisface a Washington (y que incluyó el feo y fallido desaire de Fox a Fidel Castro)...

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