El pionero del desierto

AutorDaniel de la Fuente

Su materno fue juez de aguas en Huinalá, puesto prestigioso dado que debía vigilar el reparto del vital líquido. Éste se suministraba unas horas, por lo que a veces hasta se mataban en caso de llegar a alguna diferencia o robo.

Dado que se podía contar de nuevo con agua hasta una semana o 15 días después, el viejo debía llevar a tiempo el enorme reloj que mantenía en una ventana y anunciar de manera exacta el paso del arroyo a los cultivos.

"Muchas veces fui a regar", evoca Ricardo Elizondo Elizondo, entonces un niño y hoy de 62 años. "Debías tener lista a tu gente para cuando entrara el agua del arroyo por los surcos, y me enseñaron cómo detener la corriente con yerba".

Al término del llenado de un surco hasta el fondo, explica con su voz pausada y armoniosa, un trabajador al otro extremo hacía una seña con lámpara de carburo, en caso de que fuese de noche, para taponear de inmediato el canalillo y continuar la irrigación del siguiente. Si había mucha corriente se podían regar hasta tres o cuatro surcos.

Más o menos como el agua en aquellos surcos es la memoria de Ricardo. Escritor e historiador, ha sabido desarrollar una intuición y se ha cultivado en el manejo de recuerdos, de ahí que este amante del desierto haya llevado el pasado valioso a cuentos, novelas y libros históricos, incluidos los de fotos antiguas. Nadie como él para comentar una imagen del ayer.

Carlos, su hermano, dice que aquél desde chico tiene esta inclinación por contar lo pretérito.

"Es como el arquitecto, que a donde va siempre está viendo si la luz es la correcta, si las dimensiones son adecuadas, las proporciones", cuenta. "Cuando viajamos por carretera, si pasamos por un cementerio él seguro contará una historia.

"Si me llama hoy por la tarde seguro me dirá que salió a caminar, que respiró ciertos aromas y que vio hacia la montaña con el sol en tal posición. Haz de cuenta que lo estás leyendo".

A fines del año pasado, Ricardo anunció su salida de la Biblioteca Cervantina, nicho de joyas bibliográficas del Tec de Monterrey que dirigió por más de 30 años.

Se jubilaba, dijo, pero aprovecharía para enfrentar un cáncer que lo ha llevado a una travesía insólita. Pese a los malestares, Ricardo se ha sostenido y suele llevar una bitácora para los amigos que desean estar enterados de su batalla contra este "golpe bajo" de la vida.

En su estudio, Ricardo está sentado con las piernas en alto sobre un sofá. Luce un gorro de Guatemala sobre la calvicie por su tratamiento y...

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