Piedra de Toque/ La lucha final

AutorMario Vargas Llosa

Lo sabíamos hace tiempo, las malas películas catastrofistas de Hollywood lo habían anticipado con gran precisión de detalles, pero ahora, en las ruinas humeantes de las Torres Gemelas, de Manhattan, y del Pentágono, de Washington, y los miles de cadáveres sepultados bajo los escombros causados por el peor atentado terrorista en la historia de la humanidad, tenemos la evidencia: el Siglo 21 será el de la confrontación entre el terrorismo de los movimientos fanáticos (nacionalistas o religiosos) y las sociedades libres, así como el Siglo 20 fue el de la guerra a muerte entre estas últimas y los totalitarismos fascista y comunista. La hecatombe ocurrida en Estados Unidos en la mañana del 11 de septiembre demuestra que, aunque pequeñas y dispersas, aquellas organizaciones extremistas partidarias de la acción directa y la violencia indiscriminada disponen de un extraordinario poder destructivo y pueden, antes de ser derrotadas, causar estragos vertiginosos a la civilización, acaso peores que los de las dos Guerras Mundiales.

Una operación tan perfectamente ejecutada, que implica el secuestro simultáneo de cuatro aviones de líneas comerciales para convertirlos en proyectiles y empotrar a tres de ellos en edificios del más alto simbolismo, el vértice del capitalismo y la espina dorsal del sistema defensivo estadounidense, en el corazón del país más poderoso de la tierra, no sólo requiere voluntarios poseídos de un celo fanático y esa voluntad de inmolación que las iglesias celebran en sus mártires; también, una cuidadosa planificación intelectual, sistemas de información muy eficientes, un vasto entramado internacional y recursos económicos considerables.

Los terroristas disponen de todo ello y, además, de Estados que les sirven de refugio, los subsidian y utilizan. Al igual que los grandes carteles de la droga, con los que muchas de ellas tienen estrechas relaciones, las organizaciones terroristas han sido de las primeras en sacar buen provecho de la globalización, extendiendo "el dominio de la lucha" a escala planetaria. Ya nadie puede poner en duda que, así como ha sido posible volar las Torres Gemelas de Wall Street y el Pentágono, el día de mañana, o pasado, un comando suicida puede hacer estallar en la Quinta Avenida, o en Picadilly Circus, Postdamer Platz o los Campos Elíseos, un artefacto atómico de pequeño calado que cause un millón de muertos.

Esta precariedad de las poblaciones de las sociedades democráticas frente a la alta tecnología...

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