Perfiles e Historias / Viajes de un poeta

AutorDaniel de la Fuente

De un mar del norte a Campo Alaska pasando por reinos perdidos o un cielo muy azul con pocas nubes, la obra del poeta José Javier Villarreal está fundamentada en viajes. Él mismo, lector inquieto, se considera una especie de nómada, alguien que va de aquí para allá, pero al que le gusta volver a sus lealtades.

La cuarentena, apunta, ha sido un alto. Desde su casa de Higueras ha atendido pendientes, leído a Kafka, Michon, Capote y Merini, visto películas, grabado videos para la Capilla Alfonsina que dirige desde enero, escuchado música y el canto de las aves.

"La vida ha cambiado", advierte. "No sé a ciencia cierta a qué nos estamos enfrentando, tampoco sé cómo llevaremos nuestro día a día en lo inmediato. Pienso que nos llevará tiempo vivir con esto, vivir en esto.

"A mí el cubrebocas me produce una extrañeza visual, me limita el campo visual. Pero prefiero que se me empañen los cristales de los lentes a que se me ofusquen los pulmones".

Antes del encuentro en aquel lugar que conoció hacia los 12 años, era la casa del abuelo paterno, José Javier respondió preguntas por escrito vía correo electrónico: salieron 33 páginas (su reproducción en elnorte.com) que podrían estar en una futura edición que bien podría llamarse Poeta en cuarentena. Es el recorrido detallado e incluso mítico de un hombre al que le han pasado demasiadas cosas en los últimos años, sobre todo en meses recientes, lo que implicó, de nuevo, un viaje por la memoria.

"Mi vida está cifrada por el desplazamiento", apunta. "De una casa a otra, las dos en la misma calle. De Tecate a La Providencia, el rancho de mis abuelos, luego de mi padre. Después, de la casa de mis padres a la de mis abuelos; ya no en la misma calle".

José Javier nació en Tijuana el 17 de julio de 1959, año en que murió Alfonso Reyes: "Mi padre no fue general ni gobernador del Estado, pero yo fui un niño muy querido.

"Mi abuela era la personificación misma del amor y todas sus flechas con punta de oro estaban dirigidas a mí. La literatura, en su voz, fue una música con la cual crecí. Cuentos y más cuentos que me leía a la menor provocación. El tono grave y severo de los versos, las máximas venían de mi abuelo. El despacho, la máquina de escribir, el papel pasante, los libros y su librero conformaban su zona sagrada. Esto que ahora escribo lo hago sentado en su silla, en la silla de su escritorio".

Fue hijo único por nueve años hasta que la familia creció y dice que los libros contribuyeron a esa condición suya...

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