Perfiles e Historias / El viaje de Julieta

AutorDaniel de la Fuente

Tenía 11 años cuando Antonio, su padre, le pidió que lo acompañara. Sumisa, ella no preguntó a dónde y salió de su casa en la comunidad Altamira, en San Luis Potosí, y empezó a andar un sendero que, luego lo sabría, llevaba a Tamazunchale.

"Nunca volví a vivir en esa casa", expresa seria Julieta Martínez Martínez, hoy de 30 años, sobre aquel hogar aún situado junto a una milpa y una molienda en la Huasteca Potosina.

La recibió Angélica, quien sería su profesora en distintas materias durante los tres años de la secundaria. Su labor, le explicó, sería el aseo de la casa y el cuidado de su hijo, Aldo, entonces de 2 años que criaba sin el apoyo del padre.

"Espero haberlo hecho bien, la verdad no me acuerdo de casi nada, tengo todo bloqueado", dice la joven, quien solo evoca que llegó una mañana de verano a aquel domicilio desconocido.

Lo que sí tiene presente es lo que le decía la maestra: "Lloras dormida, te la pasas diciendo que quieres a tu mamá".

Ciertamente -esto se verá al paso de esta historia-, Julieta tuvo suerte: sexta de 12 hijos de Regina y Antonio, dedicados al campo, todos fueron repartidos entre familias y albergues. Incluso a algunos los conoció hasta que fue adolescente, como a una de sus hermanas que fue casada a los 11 años a cambio de la dote.

Esta joven sufrió de violencia de su "pareja". Llegaba con frecuencia muy golpeada a la casa paterna, hasta que un día huyó, por lo que fue tachada por la comunidad. Otros transitan por adicciones y replican en sus vidas actuales el círculo de la violencia.

"A lo mejor la maestra supo esto y de alguna manera intercedió aceptándome para alejarme de esa casa donde todos sufrimos abusos físicos. Era lo común", comenta Julieta.

La maestra, paciente, le empezó a dar sus primeras clases de español, pues hablaba tenek, idioma huasteco. Así, en casa ajena y con responsabilidades por las que a veces percibió salario, Julieta abandonó la niñez.

A los 15 años su hermana Martha, que estaba en Monterrey, le dijo que viniera a la Ciudad, que acá pagaban bien y con puntualidad, por lo que no sin zozobra dejó San Luis Potosí.

Entró a trabajar a una casa cercana a la que atendía su hermana, pero no pudo permanecer con ella, por lo que dormía en un cuarto que le daba la familia para la que laboraba, en San Nicolás.

Ahí, en la más completa soledad, Julieta empezó a lamentar su situación: sin nadie alrededor -no contaba con su hermana-, sin techo o una cama propios, se empezó a preguntar todas las noches...

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