Perfiles e Historias / Al servicio del desprotegido

AutorMaría Luisa Medellín

Las caravanas de migrantes hoy se multiplican y ocupan titulares, pero Nuevo León ha sido siempre un corredor natural para quienes desean cruzar la frontera en busca de un futuro mejor, y que vienen huyendo de la pobreza y la violencia desde Centro y Sudamérica.

Hace dos décadas, cuando casi no se hablaba del tema, el Padre Jesús Garza Guerra percibió la urgencia de ofrecerles techo y alimento a esos vulnerables peregrinos, y abrió las puertas de la Casa del Forastero Santa Martha, en la Colonia Industrial, muy cerca de la estación de autobuses y del tren.

En tierras regias, él fue pionero en brindar hospitalidad y reposo a los migrantes y, sobre todo, de preocuparse por su situación, en general.

El Padre Guerrita, como le llaman de cariño, señala una leyenda en latín que da la bienvenida a quienes entran a este albergue, y que significa: "Llega el huésped, llega Cristo".

De 78 años, no muy alto y de cabello blanco, el sacerdote platica que cuando inició esta obra, que vive de donativos, él era secretario ejecutivo de la Comisión Episcopal Mexicana de la Pastoral de la Movilidad Humana, y antes de instalarse en el domicilio actual, habitaron poco tiempo en otras casas.

Ésta es de tres pisos y su fachada plagada de graffiti contrasta con un interior ordenado y limpio, en cuya azotea deambula "El mojado", un perro que ladra a quienes llegan muy bien vestidos, en tanto que mueve la cola alegremente a los migrantes.

En la primera planta está la capilla, la cocina y el comedor, en el que se aprecia una pintura de José, María y el Niño Jesús emprendiendo la huida de Belén a Egipto para sobrevivir, una escena aplicable, de algún modo, a la angustiosa realidad de los migrantes.

En el segundo y tercer piso se encuentran las habitaciones, regaderas, lavaderos y teléfonos.

"Es satisfactorio amar al prójimo y ayudarlo en sus necesidades", dice con sencillez el Padre Garza Guerra, mientras se sienta en una de las sillas del comedor, y casi una veintena de hombres jóvenes y maduros hacen fila para que Toñita les sirva el arroz y el guisado que ha preparado y que huelen riquísimo.

"Aquí los hospedamos unos días mientras se reponen del cansancio", continúa el sacerdote. "Pueden lavar su ropa, comer, bañarse, dormir tranquilamente.

"Algunos siguen su camino y otros se quedan a trabajar en la Ciudad, aunque hemos tenido algunas malas experiencias, como la de una persona que los contrató, no les pagó y los amenazó con denunciarlos a Migración".

Añade que, al...

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