Perfiles e Historias / La colorista

AutorMaría Luisa Medellín

Frente a uno de sus cuadros, en el que suculentas frutas se desbordan desde un fondo dorado y, en apariencia, envejecido, Sylvia Ordóñez dice que ése es el más grande en la muestra que ella y su marido, Arturo Marty, comparten por primera vez en la Ciudad.

Le ilusiona porque sólo habían expuesto juntos en la capital del País y participado en colectivas de México y el extranjero.

En esta ocasión se prepararon varios meses; cada quien en su estudio, dos universos distantes y distintos en el silencio de su hogar.

"Hace como tres años que no expongo, y en Arte Actual Mexicano me pidieron una exposición para noviembre; la de Arturo iba a ser en octubre, y estuvo bien la idea de hacerla juntos", relata Sylvia al tiempo que arrastra una silla y se sienta cerca de varias mesas y repisas saturadas de pinceles, tubos y frascos de pintura.

Su estudio es amplio, luminoso y ordenado. Cuadros, caballetes y libros conviven entre los altos muros blancos y sus ventanales.

Comenta que la muestra, inaugurada el viernes 21, se titula: "Arturo Marty. Sylvia Ordóñez. Obra Reciente", y le da gusto que aparezcan las obras de ambos porque la gente de aquí ya los conoce.

Contrario a su arte elocuente y rebosante de color, Sylvia es sencilla y de palabra breve, sobre todo si se trata de su pintura; prefiere que ésta hable por sí misma.

Ella es morena, de ojos pequeños y chispeantes. Platica que hace años pintaba más rápido, pero ahora necesita más tiempo y reflexión.

"A veces le pregunto a Arturo, ¿cómo ves esto que estoy haciendo? Él no, rara vez, aunque en ocasiones le doy mi opinión. Vi unos cuadros suyos para esta muestra; él dice que le gustan los míos", expresa y una leve sonrisa asoma a su rostro casi sin maquillaje.

A diario Sylvia sale a caminar al parque con su perro Oki, de raza Shiba Inu, regresa, desayuna, pinta, prepara la comida, duerme una siesta, lee y, antes de cenar, pinta de nuevo.

Uno de los temas con el que va y vuelve es el de las frutas, aunque la diferencia la hacen la madurez y el oficio. Sus voluptuosos bodegones reflejan sensualidad y un provocativo manejo del color que impacta a quien los observa.

Las papayas, las sandías, las uvas parecen estar en su punto, son signos de fertilidad, como las flores, otro de sus deleites pictóricos.

"Todos los días pinto: a veces seis horas, cuatro, siete. Es un ejemplo que tomé de mi padre. Él era un trabajador del pincel; pero si están Arturo o Lucas, mi hijo, no puedo, tengo que estar sola, en silencio".

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