Perfiles e Historias / Autorretratándose

AutorDaniel de la Fuente

Editora: Rosa Linda González

"Había un maestro allá en San Carlos que aconsejaba hacer un autorretrato todos los días para que no te pasara eso de que a veces no encuentras ni qué dibujar.

"En lo personal no he hecho muchos -luego van a decir 'está peor que Cuevas este cabrón'-, pero últimamente me he obsesionado con esto de los autorretratos".

En su estudio de ventanales hacia el norte y en el que abundan cuadros en proceso, naturalezas muertas y grabados, Gerardo Cantú da el primer trazo de carboncillo al que será su primer autorretrato en el año de su 80 aniversario, que cumplirá el 12 de mayo. El espacio del artista, enclavado en un segundo piso de un viejo chalet del Centro, es el mismo desde hace años: mesas por todas partes, pinceles, libros, cafeteras y un retrato minúsculo de José Alvarado niño que halló en algún tianguis.

Es el mismo lugar, a excepción de que ya no ingresa con frecuencia la figura menuda de Marinés Medero, esposa de Gerardo, fallecida en el 2009. La escritora cubana fue su biógrafa, amanuense, compañera de ruta y madre de sus tres hijos.

Sonríe al recordarla. Alto, de gafas, barriga y barba poblada, la figura del arte nuevoleonés ríe y sus ojos brillan. Mientras traza su autorretrato, Gerardo es un cofre de anécdotas, chistes, frases bellas y lapidarias.

Borra. Reanuda la línea que lo ha de retratar en este momento entrañable: el de un viejo feliz.

Gerardo siempre está de buen humor, por lo que resulta extraño que en alguna expo individual que le organizó Bellas Artes, alguien le dejara escrito un mensaje: "No sé cómo decirlo, pero yo sé que sufres".

"Me llamó la atención", evoca, sin dejar de dibujar. "Todos sufrimos, pero siempre he estado preocupado por no manifestar ese sufrimiento y, de alguna manera, mantener la espada desenvainada".

La veta trágica y la lucha son las columnas que sostienen la vida y obra de Gerardo. La primera se conformó en el mineral de su natal Nueva Rosita, Coahuila. Ahí, describe en tanto los trazos del autorretrato salen marcados, creció el menor de 10 hijos, sin zapatos y de overol de mezclilla, adherido al chal negro de su madre cuando ésta y otras mujeres corrían hacia las minas en busca de sus esposos e hijos al sonar la sirena de las emergencias. Las mismas enlutadas de sus cuadros.

A los 5 años, su familia cayó en la cuenta de que Gerardo debía educarse: le pusieron los zapatos de los que carecía aquel niño libérrimo que corría entre arroyos secos, le untaron vaselina al cabello...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR