Palabra y fe / ¿Y mi nombre?

Pbro. José A. Muguerza

Como sacerdotes tenemos la maravillosa misión, que Cristo nos encomendó, de bautizar a los niños y niñas de nuestras comunidades, para así regalarles la fe que sus papás y padrinos quieren para ellos. Hacerlos hijos de Dios, hermanos de Cristo y herederos del Espíritu Santo.

Hoy no quiero hablar de la poca fe o el nulo cuidado que tienen muchas familias de postergar este don para sus hijos. Ni tampoco de las miles de excusas que ponen cuando les preguntas por qué todavía no bautizan a su hijo o hija, bromeando incluso de que ya va a ir caminando a su propia celebración.

Quiero hablar del nombre que muchas veces se escoge para los hijos, y no refiriéndome a la leyenda urbana de aquel papá que vio su calendario y le puso "AnivdelaRev" a su hijo, creyendo que así se llamaba algún santo francés, cuya fiesta se celebraba el 20 de noviembre, fecha en que había nacido, sin darse cuenta de que era la abreviación de "Aniversario de la Revolución". O aquella otra de la mamá que bautizó a su hija "Agodi", pues decía que era mala para recordar las fechas y así nunca se le iba a olvidar que su hija había nacido en "Agosto diez".

¿Dónde quedó, pues, la sana y santa tradición de nombrar a los hijos de acuerdo al santoral, aquello de llamar a las niñas María y a los niños José? ¿Dónde están esas Biblias que contenían listas de nombres para que fuera fácil que los papás escogieran un nombre bíblico, con mucho que ver en la historia de salvación?

Ahora los papás escogen los nombres de los famosos en las telenovelas o en los deportes, o nombres extraños o extranjeros, para que tenga más caché, o aquellos nombres que estén de moda.

Te invito a reflexionar sobre lo que hay detrás de tu nombre, platica con tus papás para que te expliquen, infórmate sobre el significado que tiene tu nombre o la historia que hay detrás. Valórate a ti mismo con el nombre que te regalaron y úsalo con honor y con sano orgullo, para que no te despersonalices, como sucede con algunos casos que han pasado en la vida real.

En una visita a los enfermos de una clínica, oía a una niña llorar y gritar. Le pregunté a una religiosa qué enfermedad tenía, pues debía estar sufriendo mucho. Pero la monjita me confesó que ella, la religiosa, tenía la culpa, porque ya era la tercera vez que la había llamado "Diana" y la niña se llamaba "Ana". Se justificaba la hermana diciéndome que ya estaba...

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