Palabra y fe / La avaricia

Pbro. Juan José Hinojosa Vela

El trabajo bien hecho realiza, ennoblece y santifica a quien lo hace.

Cuando el quehacer diario lo cumplimos sólo por el sueldo, porque nos ayuda un poco para aportar a la familia y tener el pan diario, olvidándonos de hacerlo bien por Dios y santificarnos mediante la perfección humana y sobrenatural con que lo hagamos, le quitamos su finalidad más alta.

A propósito del desprendimiento, el aleluya alude a la primera bienaventuranza: los pobres de espíritu de quienes ya es el Reino de los Cielos. Y Jesucristo Nuestro Señor, respondiendo a un hombre anónimo, a quien le preocupa quedarse sin herencia porque su hermano no se la quiere compartir, toma pie para hablarnos también de la avaricia porque la felicidad no depende de la cantidad de bienes materiales.

Tanto San Pablo como Nuestro Señor nos advierten de los peligros de la avaricia. Habría que preguntarse por qué el apóstol llama idolatría a la avaricia y El Señor nos invita a evitar toda clase de avaricia, como si hubiera varias clases o grados.

La avaricia nunca da su nombre: la llaman "cálculo", "previsión", "prudente reserva", pero esclaviza, enajena, envanece y mata. Divide familias, contrapone a hermanos entre sí, se convierte en verdugo del que se deja envolver por ella. El apóstol en sus recomendaciones a Timoteo le aconseja: "Raíz de todos los males es el amor al dinero; por su causa...

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