Página Tres

AutorRicardo Omaña del Castillo

Son nimiedades pero preocupan

El señor Carlos Abascal, funcionario del Gobierno, no tiene remedio. Cada vez que habla nos remonta a los tiempos en que la hipocresía tenía rostro de moralidad o cuando esta moralidad era la máscara del reprimido comportamiento humano, nunca ajeno a la naturaleza de la especie. El hombre que quisiera a la mujer reducida a madre y sirvienta doméstica, porque el trabajo productivo del sexo femenino fuera de su casa es obra del diablo o de Carlos Marx, nos ha mostrado otra faceta de su condición, absolutamente respetable si no trascendiera su ámbito personal y si no interfiriera con una sociedad que ya no admite patrones de la edad media. Don Carlos hizo un reclamo a la dirección de la escuela donde estudia su hija, porque una maestra de literatura propuso, no impuso, la lectura de una obra de Carlos Fuentes y otra de García Márquez, en las cuales se relatan con seriedad y finura literaria, algunos pasajes eróticos. El señor Abascal está en su derecho de molestarse por lo que considera lectura inapropiada para su hija, pero el hecho de que él haya sido el único padre que se inconformó con esas lecturas, ¿no le sugiere que él es el equivocado, y no los demás? El reclamo del escandalizado e influyente padre culminó con el cese de la maestra en cuestión. Caramba, señor, en estos tiempos, ¿qué padre puede enclaustrar a sus hijas para que no vayan al cine o vean televisión, cuyas películas están atiborradas de escenas eróticas, incluso ajenas al argumento, o innecesarias? ¿Acaso el erotismo desmerece la calidad literaria de un libro? ¿No van las chicas que estudian en colegios de monjas a las discotecas? Me lo imagino como un acérrimo enemigo de la educación sexual en las escuelas de primaria y secundaria. Me lo imagino, en la Secretaría de Educación, ordenando quemar todos los libros donde se aborden las bajas pasiones o asuntos propios de la condición humana. ¿No es conveniente insertar a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes en la realidad cotidiana, para que se defiendan, para que no sucumban por sorpresa a todo aquello que lastima y degrada? Sin la enseñanza, la educación es precaria y vulnerable, y ciertamente debemos enseñar a nuestros descendientes los caminos del comportamiento humano, perfectibles, pero nunca a salvo de las perversiones o de la maldad. Me parece que prohibir a los niños y adolescentes que lean libros de anatomía o de fisiología, por ejemplo, es un síntoma de atroz oscurantismo o...

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