Página Tres/ Magnífica lección para el voto ligero

AutorRicardo Omaña del Castillo

AL TERMINAR su gestión al frente del Ayuntamiento de Monterrey, Jesús María Elizondo quedará como referencia de una de las más deplorables administraciones públicas, y como una descarnada lección para quienes con su voto lo llevaron a la Presidencia. El ciudadano debe aprender de los políticos improvisados, ineptos o perversos que no tienen idea de lo que es un servidor público, y de quienes por la misma razón apoyan sus barbaridades. A quienes votaron por este Alcalde les ha quedado en claro que no es lo mismo una autoridad que cataloga las prioridades sociales, que otra que gobierna o administra caprichosamente a una ciudad, derrochando en superficialidades los dineros del erario, en un proceder enmarcado por el absurdo y la sospecha. El señor Elizondo y el panismo que lo alienta y lo inspira han prostituído la política y han degradado el servicio público. Ambos le han dado la espalda a las apremiantes necesidades sociales y han pretendido convertir la administración pública en un asunto gerencial, ajeno al interés de la sociedad. ¿Cuál es o debe ser la finalidad de una administración pública? ¿Brindar equitativamente satisfactores a los diversos segmentos de la sociedad, o despilfarrar los dineros en naderías y en el culto a la personalidad? Gastar millonadas de pesos en publicitar la imagen del Alcalde o en ornamentaciones caras y efímeras, no es tarea ni corresponde a un político o a un servidor público, menos aún frente a las dramáticas carencias de una ciudad sucia, con calles deterioradas y pésima vialidad. Jesús María Elizondo, la dirigente del PAN y el diputado Gerardo Garza Sada, su defensor de oficio, son a la política y al servicio público lo que los electrones son al átomo: carga negativa. En fin, don Chema y seguidores han brindado su cátedra: el aprendizaje depende de cada ciudadano.

Torcidos caminos de la democracia

HAY ocasiones en que uno llega a pensar que si antes de ahora no disfrutamos las virtudes cívicas de una democracia, es porque no lo merecíamos. Puede a simple vista parecer que sustentar una idea de tal naturaleza es propia de quienes tienen inclinación por la dictadura o por la tiranía, pero no es así. Lo que sucede es que, si bien es cierto que la democracia entraña una libertad, también lo es que implica una gran responsabilidad. ¿Somos hoy políticamente mejores que hace 30 años? No lo creo. Es cierto que el criterio singular de gobernar ha sido roto y que el viejo sistema ya tiene salpicaduras de...

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