El Oro de los Siglos / John Ashbery

AutorJosé Javier Villarreal

La obra poética de John Ashbery (Rochester, 1927) es una colectividad que en su múltiple discurrir instaura su propio aliento de alientos.

El poema inicia desde el título mismo. De marbete, de simple nominación referencial, puede llegar a constituirse en primer verso. De ser así el texto se desenvuelve estableciendo, desde su inicio, las posibilidades direccionales que su acontecer descubre. No estamos ante un poema que apueste su monto al efecto sonoro de la estentórea declamación. Estamos ante una poderosa y persuasiva intimidad que despliega sus variadas y accidentadas rutas, pero siempre exactas en su repercusión emocional. Un concierto reconcentrado. Una pluralidad murmuradora que, en su íntima complicidad con el lector va tejiéndose de voces, de tiempos verbales que desarticulan el dictado de una sola voz para revelarnos voces, momentos varios de una historia ajena al esquema lineal de pasado, presente y futuro. Todo se desarrolla al unísono. Formamos parte de un fluir que somete el estruendo acentual a la corriente polifónica de su propia materia, de su mismo transcurrir.

En este torrente verbal que constituye el cuerpo lírico de John Ashbery, el yo se disgrega. No se trata de una ficción poética, sino de un concierto de yoes que aparecen y desaparecen. Entran y salen estableciendo diferentes tiempos al multiplicarse. El poema como una orquestación. Como una copia de elementos fónicos y conceptuales que alargan sus compases. Se interrumpen. Cambian de ritmo. Se fugan y, a la vez, se repiten. Machacan con giros coloquiales que sabemos impostados, pero necesarios al cuerpo -deliberadamente literario- del poema. El poema tiene plena y absoluta conciencia de su pertenencia a un fenómeno estético. A un nicho de la creación que es el poema escrito. No hay oralidad. Hay una mirada, una página y un lenguaje que entra en acción desde todos sus recursos formales.

Entonces el discurso corre en largos, larguísimos periodos que se subordinan unos a otros. Retazos de pláticas que alcanzamos al vuelo de una ventana abierta, o a través de una pared extremadamente delgada. Sabemos de los personajes por sus frases, diálogos y silencios, pero nunca los vemos como tales, como agentes accionales al servicio de una anécdota explicativa. El discurso poético se potencia en un imaginario que dicta las acentuaciones en el fragmento, en lo agregado, lo superpuesto. En un rompecabezas que domina la dinámica corporal del texto. ¿De dónde y hacia dónde? La...

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